Moverse en libertad, como decía Emmi Pikler, principio de autonomía.
Cuando los bebés han sido respetados en su proceso de adquisición del
movimiento y han ido rodando, sentándose, caminando, cuando estaban
preparados para ello sin que el adulto les haya interferido robándoles estas
conquistas, cada nuevo logro produce en ellos una verdadera alegría. Esa
satisfacción deviene en una actitud de confianza en la vida y en las
posibilidades del individuo en ella desde los recursos que le son propios.
Foto cortesía de: lomaslindo.es
El hecho de que un ser humano desde sus primeras experiencias constate el
mundo bajo la luz de su movimiento libre: “quiero aquella pelota de allí lejos
y no le llego”, “bajo las escaleras gateando acompañada de mamá”, le ayuda a integrar
desde lo sensoriomotriz los principios fundamentales del ambiente en el que
vivirá durante el resto de su vida y las bases de su capacidad y desarrollo.
Algunas mamás y papás que han seguido estos principios de autonomía motriz
en la crianza de sus bebés se encuentran con nuevos retos en el momento en que
los niños van creciendo y generando nuevas experiencias de movimiento: quieren
trepar, saltar, escalar, subirse a los columpios, etc. Esto se suma a que el
abanico social de relación suele ampliarse a medida que los niños crecen y los
padres, en ocasiones, atienden a la educación de los hijos “mayores” desde
otros lugares o les surgen dudas en contacto con otros padres y madres que
siguen dictados de “ ayuda al niño/a” .
Y se dan situaciones como las siguientes:
1.- Raquel está en el ambiente exterior de La Puerta Azul con su hija Alicia.
Hay columpios. Los hemos cambiado, los antiguos que no favorecían la motricidad
autónoma, por unos de tela, uno de ellos cerquita del suelo para que hasta los
más pequeños puedan buscar su manera de balancearse en ellos sin la
interferencia de un adulto. Y Alicia está tratando de subir al columpio a su
manera. Raquel y Alicia están en un proceso de transición al permiso de moverse
en libertad.
Raquel inicia un ciclo de estrés: teme que Alicia se frustre y llore o se
enfade al tratar de subir al columpio autónomamente, piensa que no va a poder
hacerlo y la reclamará y si no la “ayuda” se sentirá abandonada; así que avanza su reacción antes de que suceda
y entra en un mundo mental y emocional que la aleja de lo que realmente sucede.
Ella quiere que la situación concluya y no sostiene el tiempo necesario a
Alicia y resuelve acomodándola en el columpio evitando tiempo y confianza. Así,
por fin, la mamá deja de sentir sus
propias emociones de frustración y el mensaje atiende a no aceptar la capacidad real, actual de la niña, es necesario ir más allá, subirse al columpio aunque no sea el momento.
De esta situación hay una gran parte que proviene de los juicios,
expectativas y anticipaciones , así como del miedo a las emociones
de los niños y propias.
La realidad es más simple: es necesario tiempo y confianza para que se dé el
movimiento libre de Alicia y alcance aquello para lo que en ese momento su
cuerpo está preparado. Y con tanta más confianza contactemos y relax, más facilitará nuestro acompañamiento, pues los peques andan en simbiosis emocional con sus mamás y las perciben. Amar lo que hoy es, lo que se puede, la capacidad actual desde su aceptación incondicional.
Tal vez Alicia tendrá que intentarlo e intentarlo hasta que
conquiste lo que quiere y así irá aprendiendo sobre la capacidad personal ante
el mundo y sus realidades o a la primera de cambio encuentre satisfacción en el
balanceo que alcance autónoma. En cualquier caso su voluntad autónoma, su integración de la realidad y sus capacidades, será conquistada en el proceso. Edulcorarle el mundo no le ayudará a vivir en él
comprendiéndolo sino que entramos en procesos de manipulación de la realidad
que poco pueden aportar al niño o niña en su maduración y comprensión de lo que
la rodea. Le enseñamos a falsear la realidad y, al hacerlo, anulamos e
invalidamos la libertad para ser, sentir y hacer del niño/a.
Si elegimos esta opción de que nuestros hijos se muevan en libertad, nos
tocará caminar el camino de sostener emociones sin expectativa, desde el no
juicio, es decir, aceptar lo que devenga del niño o niña incondicionalmente,
aceptar su frustración o su no querer probar o su sí querer intentarlo o lo que
sea que venga (que no podemos saber) de esta situación y deslindar lo mío de lo suyo. Aceptar al
legítimo otro. Incondicional. Desde el proceso, sin buscar resultados.
2.- Roberto está en otro momento con su hija. La acompaña al parque y
después de meses empujando su columpio ha decidido no hacerlo más. La niña,
coge la mano de su papá y la lleva hacia el columpio para que la balancee mas
él le verbaliza claro y simple, “yo te acompaño, estoy junto a ti”, sin entrar
en si ella podrá o no podrá, simplemente desde la presencia y Elvira lo trata y
lo trata, consiguiendo maneras de subir al columpio e iniciar el movimiento.
Esta situación se repite con un familiar cercano instando a Roberto a " bajar a la niña, a ayudarla" cuando ella está tratando de subir a un árbol de manera autónoma. Roberto está cerca, en presencia y confianza, en asistencia segura para la niña. Mira al familiar y le dice que él confía en ella y que la asiste desde la seguridad, así que sigue acompañando a su hija en atención plena. Su hija puede subir y bajar de aquel lugar sin dificultad y Roberto ha mantenido su posición en beneficio de ella y aunque le sigue moviendo el comentario del familiar, no ha permitido que interfiera en el respeto que se merece su hija.
Y a Roberto le sobreviene, al contárnoslo, el recuerdo de cuando él se lesionó de joven, jugando al
fútbol más allá de su capacidad. De su dificultad como adulto para no forzarse.
Los adultos hemos aprendido en nuestra más tierna infancia a ir más allá de
nuestras posibilidades y a quedarnos más acá de ellas ( las dos caras de la
misma moneda), a no darnos el tiempo necesario y tolerar con dificultad nuestra
frustración lo cual nos impide dar lo que hemos venido a dar al mundo.
Nuestras primeras experiencias de autonomía han sido sustituidas por el
vernos puestos en situaciones para las que no estábamos preparados y que no
dependían de nuestra libre decisión sino de la decisión de nuestros mayores (
ahora la ponemos a andar, o le damos la vuelta o la subimos a este árbol…) y hemos integrado que el mundo era esto: depender de la decisión de lo que el otro espera de mí, y aún algunos andamos buscando esa voz externa que nos oriente. Y dado
que la prisa es acompañante de nuestras infancias y no nos hemos visto
atendidos en nuestro ritmo lento, no nos damos hoy el tiempo necesario para
estar en lo que necesitamos, nos empujamos y forzamos por sistema en muchas
ocasiones sin tomar conciencia de ello .
Asimismo, al aparecer la
frustración se podían dar distintas posibilidades: entre ellas que no nos
hicieran caso y, por lo tanto, careciésemos de presencia y amor para atender
genuinamente a ese sentimiento, o que desviasen nuestra atención para que no
sufriésemos o juzgasen inadecuadas nuestras respuestas, y esto hoy deriva en una inmadurez a la
hora de acompañar nuestro propio dolor de adultos, en superar dificultades y en el automatismo de
sojuzgar negativas ciertas emociones. Por todo ello, hoy nos es difícil poder
acompañar nuestra propia frustración y la de nuestros hijos. Todo ello nos
genera conflicto interno y malestar, una diatriba cansada entre la realidad,
nuestra realidad y los juicios, fantasías, y situaciones forzadas a las que nos
empujamos.
3.- Laura ha estado en movimiento libre con su hijo Carlos hasta ahora.
Tiene un año y medio y ahora a veces le ayudan a bajar las escaleras, lo alzan
del suelo. Carlos se ha caído al suelo de madera del ambiente de los pequeños y
dice “mamá”, es de las pocas palabras que pronuncia, así que mamá implica todo
aquello que requiere al objeto de su amor. La mamá interpreta “levántame”.
Probamos a que la siguiente vez esté en presencia a su lado, serena, cuando Carlos
la llame y espere para comprobar cuál es su necesidad sin anticiparse. En
esta ocasión Carlos quería que “mamá” estuviese cerca, mas él mismo se levanta
y sigue con su juego sin pedir apoyo motriz ni mayor apoyo emocional tampoco.
Nuestras ideas preconcebidas actúan como filtros que impiden que veamos la
realidad, observemos y desde la presencia podamos acompañar la satisfacción de
necesidades de nuestros hijos.
Recuerdo a mi hija Carmen, con ocho meses, bajando las escaleras de nuestra casa, de madera, con forma en espiral, y yo respirando a su lado; a cada paso, con cada culada, búsqueda de agarre y vuelta atrás para seguir adelante, me daba una lección de confianza en la vida.
Y a mi hijo Rodrigo escalando hasta lo alto de los viejos olivos de nuestro bosque, hace pocos meses, y respirar de nuevo para envolverme en la confianza y poder acompañar desde ahí. Qué oportunidad maravillosa acompañar a los hijos desde el respeto, de qué sentido nuevo y lleno se impregna el presente y cómo van cayendo límites propios que impiden la libertad y apareciendo otros nuevos que favorecen el respeto por sus procesos de vida.
Moverse en libertad, dar los primeros y siguientes pasos confiando en los
tiempos, capacidades y relaciones con el mundo personales posibilita que cada
niño y cada niña se siga a sí mismo/a.
Mon Gómez
Mi agradecimiento a cada padre/madre e hijo/a de nuestro grupo en La Puerta Azul, quienes conjuntamente construimos nuestro mejor entender, sentir y acompañar a nuestros hijos día a día.
Mi agradecimiento a cada padre/madre e hijo/a de nuestro grupo en La Puerta Azul, quienes conjuntamente construimos nuestro mejor entender, sentir y acompañar a nuestros hijos día a día.
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