- “En mi cole no ponen notas”- le dice a una compi del barrio.
- ¿Y eso cómo es?- le contesta la otra niña.
- “En mi cole trabajamos la gestión de emociones y la
autoconfianza” – le responde la del cole alternativo.
Y la madre le demuestra con su gesto y su afirmación lo
orgullosa que está de que ella diga estas cosas.
Que ella diga estas cosas implica que tiene seguridad en sí
misma y sabe de qué habla. Así que se valora con buena nota en casa. Y aunque
no tiene boletín, la niña lo sabe sin ninguna duda, desde el pelo a la médula. Tiene
cinco años.
Cuando van hacia el coche- vienen de una excursión en el
campo- que se limpie las botas de barro para que no ensucie ni
un milímetro el impecable interior es importante, crucial… digamos que se gana
una buena nota con ello; si no es así, suspende en casa (puede ser que se diga
con un gesto de desaprobación, una descalificación “ a ver que vas a ponerlo
todo perdido” en tono despectivo… o “tienes que ser limpia, hija” con cierta agresividad contenida o simple firmeza) Así que en casa me ponen buena nota si soy
muy limpia.
También si mi vocabulario es preciso y denota mi saber de
metodología de coles alternativos.
En el cole no me ponen notas, pero en casa sí.
Cuando empiezan las escuelas libres, en aquel momento había
una palabra que genera reflexión en las familias que enfocan el camino de la libertad de ser de su hijo/a: “condicionante”.
¿Qué es un condicionante? Puede ser un gesto, palabra,
juicio o expectativa, que contenga cómo debe ser mi hijo y lo condicione para
ser de una manera que genuinamente no le viene. Educar, digamos, tal como está
planteado en nuestra sociedad, en un sentido general, es condicionar: domesticar. De alguna manera
está “ mal visto” no condicionar, puesto que el permiso de ser no es acogido
socialmente con prestancia. La presencia y el permiso que genuinamente proporciona
el desarrollo humano real, en ciertos círculos está visto como no ejercer de “padres”. Sería interesante revisar qué significa ser "buenos padres”
socialmente: ¿Gestionar la adaptación de nuestros hijos a esta sociedad con
cierta dosis de enfermedad?
Nuestro foco, hereditariamente, anda en cómo debe ser en
ocasiones el niño/a y, entonces, dejamos
de valorar lo que ya es, es decir, no es suficiente como ya es, o perdemos de
vista que soy yo, papá o mama, los que dirigimos a los hijos hacia un objetivo, que es nuestro y no del programa
interno del ser que se está desarrollando. Es decir, dejo de amarlo en el
sentido de aceptar quién es hoy, ahora, aquí para enfocar un futuro que,
probablemente, esté basado en el miedo: los que mis padres me han inoculado en
su momento, los que la sociedad me indica, los míos propios de ser “ buen
padre”…
Pero qué difícil, ¿no? Digo yo. Porque si examinamos nuestra
manera de pensar durante unos minutos observaremos la cantidad de evaluaciones
que hacemos sobre el entorno, nosotros mismos, los otros… y ¿cómo frenar todo
esto?¿Cómo crear un silencio interior respetuoso que nos permita observar con
menor juicio o idealmente sin juicio, o enjuiciar sin apegarnos a ello? Pues yo
creo que no hay respuesta receta, que la respuesta es un proceso, un
entrenamiento en la observación y el darse cuenta y un trabajo emocional,
corporal, comportamental y racional profundo que nos imbrique de nuevo en el
aceptar sin juzgar, en el dejar ser y
ser, con amor y respeto. Eso, y la clara decisión de que por aquí es: dieta de
juicios, al estilo de cuando dejas el azúcar o el tabaco.
Cuando sea mayor esta
niña puede ser que diga “En mi cole no me ponían notas y me di cuenta de
que me ponían nota en casa y lo llevé con más libertad porque en mi cole me
enseñaron que poner notas no vale mucho”. Aunque qué bueno sería que en casa tampoco
me las hubieran puesto…
O tal vez su compi de conversación llegue a pensar: “ En mi cole me ponían notas y en mi casa me acompañaban desde la aceptación,
el amor y el respeto. Y esto me ayudó tanto a colocar en su lugar las notas, que lo he llevado mejor ”. Pero ojalá que en mi cole no me
hubieran puesto notas…
Porque si pensamos en qué ha determinado quiénes somos en la
vida, veremos que en gran medida estamos condicionadas por la educación que
hemos recibido, sobre todo, de nuestro papá y nuestra mamá.
Y, tal vez, sería buena hora de romper esta cadena de
evaluación continua, haciendo que permanezca lo que nos nutrió, y cortando
amarras con aquello que no nos ayudó a
ser en plenitud. Ahora, dar lo que no nos han dado duele, no sabemos de dónde
sacarlo porque:
- nuestro comportamiento tiende a repetir los patrones conocidos y, en ocasiones, nos perdemos cuando el terreno es virgen, no transitado;
- seguimos sintiendo el vacío de lo que no fue en la infancia y lo reclamamos desde nuestro niño interno que aún vive en nosotros, así que en ocasiones nos relacionamos con nuestros hijos/as, siendo un niño o niña y no un adulto. Y cuando nos piden lo que nosotros seguimos pidiendo, nos podemos irritar o necesitar salir de la situación por una cuestión de supervivencia, ficticia, mas así lo percibimos.
Y ser acompañados en
este proceso es una necesidad humana, y hacerlo en grupo y desde el apoyo mutuo un verdadero placer y pienso que una de las
claves de este proceso.
Y en La Puerta Azul trabajamos en ello. Porque que estés nos
ayuda a crecer y creces estando, así que juntas las familias en este proceso
nos ayudamos.
Mon Gómez
Mon Gómez
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