Cuando nacen nuestros hijos deseamos
ser los mejores padres, deseamos que sean felices y se convierten en nuestra
prioridad. Cambiamos nuestras vidas, aprendemos para ofrecerles lo que creemos
que necesitan, y hacemos lo que consideramos necesario para que su desarrollo
sea saludable. Estos anhelos y esfuerzos son comunes en los padres y madres que
conozco.
Llega al mundo mi recién nacido, lo
miro, lo toco, estoy y no necesito mucho más ni él, lo primario se activa
habitualmente en las madres y nuestro instinto nos vincula orgánicamente con
nuestro hijito. Estamos y con esto ya es todo. No hay nada más alrededor. Está
él o ella y nosotros. Confluimos con ellos. Este vínculo amoroso primario y
primero es la base de nuestra relación con nuestros hijos/as. La nutrición
materna por excelencia.
Y van pasando los días, las semanas,
los meses y los años. Los niños van cambiando, nosotros también, vamos siendo,
cada vez con más libertad de ser y estar y hacer. Y los momentos vinculantes
van aminorando.
Es natural que con la aparición de otras
personas e intereses en la vida de los niños/as aparezca una respiración en que
en un polo está el alimento materno del vínculo y en el otro las interacciones
autónomas con otras personas u otros intereses/ materiales : los papás tras
unas semanas se hacen más presentes, más tarde otras personas cercanas de la
familia o amigos frecuentes, empieza a
cobrar interés el entorno y son más independientes para poder interaccionar, más
tarde inician relaciones con otros niños y niñas, conocidos/as, las personas
habituales del pueblo o barrio, y el círculo se va ampliando hasta la
adolescencia que es una poderosa etapa
de expansión/ contracción, en que es importante estar solos y también que el
círculo sea cada vez más grande para poder ir respondiendo con estos contactos
y con una nueva respuesta, a la pregunta de "¿Quién soy yo en este mundo?"
Mas cuando los niños cuentan con
corta edad, en su infancia, incluso en sus interacciones sociales, nuestra presencia
les es necesaria para orientarlos, protegerlos, acompañarlos en su asertividad,
mirarlos… y, si estamos disponibles, la tomarán como un bien preciado para su
desarrollo.
Mas los padres y madres habitualmente
nos desvinculamos a un ritmo acelerado si lo comparamos con la necesidad de los
niños. Nos cuesta mantenernos en presencia y los tiempos de fusión van rebajándose. Nos parece que ya pueden
jugar sin nosotros presentes, pueden relacionarse sin nosotros presentes,
pueden .. y así es, van adquiriendo esta capacidad, pero aunque vayan pudiendo
físicamente, desean desde el amor que estemos frecuentemente alimentándolos con
nuestra mirada y presencia, no por una cuestión de supervivencia clara como en
el caso de un bebé sino por una cuestión de desarrollo y confianza en sí mismos.
El desarrollo infantil es lento. En esta sociedad apurada cuesta aceptarlo.
Andamos a prisa en todo incluso en estirar a los niños para que crezcan antes.
Y somos seres nidícolas biológicamente, es decir, nuestro desarrollo va ligado
a un largo tiempo de permanencia en el nido y el nido, además que la casa física, son mamá y papá; al contrario de los patos que son nidífugas y
saben nadar nada más nacer, los seres humanos para poder aprender a vivir
nuestras emociones, conectar nuestros intereses y movernos con capacidad,
requerimos de largos años de atención por parte de los adultos de nuestra
sociedad.
En algunos casos el tiempo de
vínculo se rebaja drásticamente: guarderías, colegios, extraescolares, y cuando
los peques están en casa a veces las mamás o papás buscan entretenimientos para
que no molesten. Y los niños o se habitúan a esta carencia y la copiarán en su
relación consigo mismos o protestan y no sabemos qué quieren, qué les pasa, “si
hace un rato que estuve ya contigo, y ya está reclamando otra vez” o juicios
duros “ eres un pesado, a ver si me dejas un rato en paz” de los que los niños
extraen quiénes son dada su condición fusional con el adulto cuidador: “ soy un
pesado, mamá no puede estar tranquila conmigo, le molesto” y necesitan
disculpar al adulto del que dependen para poder integrar esta información que
para ellos es veraz y además funcionar atendiendo a lo que su madre ( objeto de
su amor) le dice que es ( un pesado) y que parte de una carencia de vínculo
amoroso de la madre hacia el niño. Cuando crezcan, y su voz interna les pida
atención genuina se responderán a sí mismos: “eres una pesada necesitando esto
y lo otro, y atención y amor” y no se podrán dar amor a sí mismos y seguirán
buscando fuera y devaluándose dentro en un círculo vicioso.
Cuando la atención no es genuina, no
reconforta, la sensación de carencia permanece o cuando es muy esporádica o el
acercamiento se produce en la mayoría de las ocasiones para recordar que “ hay
que ordenar, terminar la merienda, etc.”
Nuestros hijos están “enamorados” de
nosotros, es un mecanismo biológico que ayuda al aprendizaje y el desarrollo,
sienten un amor tan profundo que nos necesitan como nosotros necesitamos a
aquellas personas que nos inspiran amor, quieren vernos a menudo, hablarnos de
lo suyo, contarnos, escucharnos, que nos interesemos por sus intereses y los
acompañemos en su vida, como cuando tú conociste a tu marido o a tu mujer y
bebías los vientos por él o ella. Y la
manera de mostrar y pedir amor atiende al contacto corporal frecuente, al
contacto compartiendo intereses y al contacto amoroso emocional.
Y pareciera que hubiera un deseo de
que los niños crecieran rápido o sin hacer mucho ruido, sin interaccionar mucho
con nosotros directamente mas no creo que sea un deseo auténtico, sino una
dolorosa herencia social y personal, pues las mamás suelen hablar de lo rápido que
pasa el tiempo en la crianza e infancia de sus hijos, con nostalgia. A mí me
sorprende esta apreciación. Personalmente no he tenido esta percepción desde
que han nacido mis hijos. Hoy creo que tiene que ver con esta idea de estar o
no presente, estar o no disponible, estar o no vinculada o echar en falta lo que
no se completó , lo que no fue.
Cuando estás vinculada a una persona, el tiempo es eterno. Se diluye la sensación de reloj y va tan lleno, que es
un tiempo inmenso. Mas no hay nostalgia porque permanece la presencia en la
nueva etapa y la anterior se vivió con dedicación. No quedan flecos pendientes.
O quedan menos.
En los grupos de trabajo de adultos,
pasa a menudo en mis talleres, que las personas se vinculan desde el primer
día, parece como si se conocieran y se sintieran a gusto, cómodos y quieren a
sus compañeros. Es porque hay presencia, nos escuchamos genuinamente,
compartimos con autenticidad los juegos y hablamos desde el corazón. Estamos
para eso. Esto es vinculante y es el alimento relacional más importante que recibe el ser
humano desde su nacimiento.
Con los niños esta necesidad es vital.
Estar para ellos, estar para mirar lo suyo, acompañar sus emociones, para
jugar, estar para perder el tiempo con ellos ganándolo es el alimento para que
sigan siendo quienes son y quienes llegarán a ser y lo vivan en valor.
Pues más allá de lo que pueda
suceder, incluso si en ocasiones tenemos conductas inadecuadas con nuestros
hijos, este vínculo permanecerá y será el fundamento de la relación sana,
nutritiva, incluso de poder reparar con amor cualquier situación de desconexión.
(C) Mon Gómez. La Puerta Azul
Consultas individuales a padres, madres y educadores ( tlf: 682828378 )