Gran parte de lo que necesitamos está en nuestro interior.
Aprendemos de dentro hacia
afuera. El movimiento deviene de una necesidad interna y, al acompañarla, se dan
los procesos necesarios para que se complete esta necesidad, buscando fuera lo
que ayude a su satisfacción.
Recuerdo a mi hijo mayor tratando
de embarcar una pelota repetidamente, con cuatro años, una y otra vez, en el tejado de la casa de la Finca Los Olivos, donde tuvo su sede La Puerta Azul.
Diría que se pasó horas con esto. Su necesidad interna de orden, su voluntad de
repetir hasta conseguir, su empuje de desarrollo motriz y afinar esa motricidad
en pos de un objetivo que él mismo se marcaba estaban de manifiesto. Procedían
de su interior y al dejarlas libres, sin tiempo ni expectativa, se iban
completando y desarrollando. Necesitó algunos materiales externos y en este
caso, no más que la mirada ocasional de los adultos que lo acompañábamos. El
resto: la motivación, la voluntad, la concentración, la experimentación, la
memoria, repetición con variables y la dedicación temporal la puso él, con la
protección de que ningún adulto interviniese en el proceso frenándolo o
corrigiéndolo.
Aprendemos desde dentro. Dentro
de nosotros la motivación, concentración, comprensión, memorización de aquello
importante para nuestras vidas es un proceso natural y que se produce desde la
necesidad. En el momento en que hay apertura a que un nuevo aprendizaje se
prenda en el niño/a porque ha sucedido algo interna o externamente que estimula
esa necesidad y la pone en foco, el cerebro reptiliano ( el más antiguo y
vinculado a lo instintivo) y el cerebro límbico ( aquel que gestiona las
emociones) ayudan a la grabación de lo cognitivo que van necesitando, van en
línea. Es fácil asumir lo nuevo cuando es imprescindible a un nivel
motivacional interno. Es difícil cuando es otro el que me dice que debo
aprender en este momento, estas cuestiones que, tal vez, para mí, no están en
primer plano, y entonces, necesito generar un esfuerzo extra adaptativo,
probablemente para conseguir valoración, reconocimiento, pertenencia u otros
esenciales para el niño. Qué maravilla
que esta valoración y reconocimiento y pertenencia no estén en cuestión
siguiendo las órdenes internas, qué belleza poder seguir al niño o niña y
valorar su proceso natural, facilitar lo que va necesitando, qué mejor regalo
para su desarrollo pleno, desde su ser interno, que su conexión con quién es, qué
necesita y qué le interesa hacia el mundo que le rodea y que le proporciona
parte de esto, crecimiento, contacto relacional.
He trabajado durante más de una
década en la escuela convencional y estaba convencionalmente convencida de que
podíamos motivar a los niños y niñas, de que ese era el camino para que se
interesasen por nuevas cosas y crecieran cognitiva, emocional, motriz, y
espiritualmente, hasta que he caído en la cuenta del engaño.
Mereciendo la importancia de que
el entorno del niño sea rico, variado, con personas que se fascinen por lo
suyo, e intereses diversos rodeándolo, la motivación, la elección de por dónde
seguir tejiendo su propia red neuronal interna, su propio esquema vital de
aprendizaje, su deriva personal tal como lo llama Vega Martín, o su devenir
espontáneo, tal como me gusta nombrarlo a mí, es un proceso interno y particular,
no previsible. Intervenir en ello corrigiéndolo implica impedir que se
desarrollen desde lo que les es propio.
Así en las escuelas, los
especialistas en educación, y los padres desde las casas en ocasiones, las más
que menos, proyectamos fuera lo que naturalmente se encuentra en el interior de
cada niño si permitimos que brote. Nos
han ido engañando diciendo que vive fuera, y nos lo hemos creído y así lo
trasladamos a la siguiente generación en un engaño que se perpetúa, y que ayuda
al control y resta puntos a la confianza. Depositamos en otros la posibilidad
de que nos motiven, en rutinas externas el poder de concentrarnos, o en
técnicas de estudio la capacidad de memorizar u organizar pensamientos y, sin
negar estas posibilidades, puedo afirmar que el camino es en dirección
contraria, si nuestro interés real es permitir y facilitar el desarrollo
humano.
La motivación y la concentración
son capacidades internas que se activan naturalmente mientras respetamos y
valoramos nuestro ciclo natural de necesidades. Quiere esto decir que, si no
coartamos el ciclo biológico de necesitar e ir en pos de esa necesidad, y lo
apoyamos, facilitando en el acompañamiento al niño que se dé y confiando en su
sentir, ser, estar, pedir e interesarse interno, se produce de manera natural y
sin esfuerzo extra, ni desvío, la motivación y la concentración casi constante
con calidad y desde la confianza que procede del interior y no necesita de
otros para que se active.
En la escuela actual y, desde las
mejores intenciones, se trabaja en programas de atención a la diversidad, motivación, métodos de evaluación para
comprobar el aprendizaje, o planificación de técnicas de comprensión y
memorización, muchas veces descontextualizados del propio aprendizaje, como
herramientas externas, con un coste de
recursos humanos, temporales y económicos que me apena. Cuán más sencillo dejar
ser a los niños y niñas y enfocarnos en lo que ya está y se da. Si diluyo mi
influencia constante como profesor o profesora y permito que se dé con
naturalidad el interés y lo sigo, ¿qué sucedería?, ¿cuál sería el riesgo? Quizá
la pérdida de control y la ganancia de la confianza, quizá perder mi
importancia para dársela al niño o niña y a su proceso personal, ganar en
recursos humanos para acompañar y perder en currículos, programaciones y
evaluaciones, y otras muchas transformaciones de mirada y estar. Sería
simplificar la escuela a su esqueleto vital para que se recubriera sanamente de
niños y niñas verdaderamente aprendiendo, deseando aprender lo que quieran
aprender sin juicio ni expectativa de qué es mejor aprender o no, confiando en
su tejido interno, en sus redes internas. Sería una verdadera revolución
educativa que en algunos países tiene ciertos reflejos en los entornos
homologados y en el nuestro en una extensa red de escuelas libres y activas y
familias unschooling que han apostado por este enfoque de vida.
Desde la escuela o desde la
familia parece que fuera necesario un aluvión de exigencias externas (elaboradas técnicas, recursos, ideas, planes que vienen desde fuera) para
activar lo connatural al ser humano, la innata curiosidad, la motivación intrínseca
a la vida y el crecimiento, la concentración ante lo que necesito prender en
mí, la comprensión y el análisis del mundo y de mí mismo.
Y esto atrofia.
¿Y desde la familia? ¿Cómo
funciona la proyección externa en lugar de la confianza en los procesos de
interés y aprendizaje de los niños? Podríamos extender este aprendizaje no solo
a los cognitivo sino también a lo emocional, motriz y espiritual. ¿Cuántos
aprendizajes diarios son fruto de la espontaneidad y facilitación confiada de
los adultos padres y madres que acompañan? ¿Cuántos son programados y
dirigidos? Cuando la cualidad propia, inherente del niño, es el juego; la
actividad por excelencia para digerir sus sucesos diarios emocionales, de
acercarse con todo el cuerpo y prender los nuevos conocimientos, la forma de
explorar su motricidad y desarrollarla y de encontrarse con algo más allá de sí
mismos o tan en sí mismos como lo sensorial que, a mi entender, nos conecta con
la parte más trascendental del ser humano y su silencio interno, su amplia
comprensión.
¿De cuánto tiempo de juego
libre disfrutan los niños más allá de
sus actividades programadas? Y dentro de ese tiempo, ¿cuánto de este tiempo es
verdaderamente sin condicionar, dirigir, intervenir y es facilitado por adultos
amorosos que proporcionan mirada y escucha cuando el niño la necesita? Sería
interesante observar estos porcentajes en tu familia, tal vez te daría una idea
de qué pequeña parcela de libertad disfruta tu hijo/a en su infancia si su vida
transcurre en una escuela al uso y asiste a actividades extraescolares.
Y esto atrofia.
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