Cuando los padres
topamos con nuestros límites
Hablamos a menudo de limites hacia los hijos y a mí me
parece más interesante hablar de los límites de los padres para que reviertan
en la relación con los hijos que suelen ser espejo nuestro.
Dependiendo de nuestro grado de libertad y nuestra confianza
en nuestra propia autoridad variarán estos límites y lo harán también en
claridad y amplitud.
¿Qué dificultades tenemos con ello los adultos acompañantes?
Cuando nuestros límites son poco amplios o amplios en exceso:
1.
Confusión de informar de límites con diferentes
modos de violencia: gritos, amenazas, tirones del cuerpo, desprecio,
indiferencia, manipulaciones, mentiras y engaños… no nos atrevemos a contactar con lo que sí o con lo que no.
En los momentos en que necesitamos informar de un límite o
recordar una elección familiar a la hora
de relacionarnos con las personas o los materiales, se nos activa el
automatismo de cómo lo hacían con nosotros en la escuela, nuestros padres o
cuidadores: lo primero suele ser la aparición de un juicio y una decepción por
no ver cumplidas ciertas expectativas sobre cómo debería ser nuestro hijo (ordenado, tranquilo, conciliador, agresivo… o lo que sea que cada uno tenemos
en nuestra cabeza) o sobre cómo debería ser la vida (más fácil, sin conflictos, siempre una alegría..) o cómo nosotros debemos ser como padres o madres (perfectos, impasibles, siempre adecuados, ecuánimes, sin mancha...)
En esos momentos los niños necesitan más que nunca nuestra
solidez y amor.
Informar de un límite desde la bondad y la fuerza de tenerlo presente para que la vida se dé más relajada.
2.
Dificultad de proporcionar solidez y amor porque
duele
Este sería un segundo paso. Si me observo
voy a ver qué me está doliendo. Que hay algo que se me remueve cuando mi hijo
no quiere recoger (es desobediente o desordenado o cualquier otra etiqueta que
le ponga) o le pega a su hermana (es violento, no asertivo.. o como yo lo
juzgue) y ese es el tema. Cuando yo era niño y me comporté así y mi padre o madre me
juzgaban y me manipulaban para que no lo hiciera más, entonces yo sentía dolor y
es ese dolor el que en segunda instancia siento.
Como me cuesta mucho ponerme
en contacto con él y en muchos casos no sé ni que existe, automáticamente, salto
a la irritación o me desconecto directamente, desapareciendo de la situación o
paralizándome. Tanto miedo hay al dolor y desconfianza de no saber acompañarme.
Normalmente tras observar mi acompañamiento
y mis violencias empieza a dolerme (es mi niña herida que está panza arriba
temiendo “morirse” o “no sobrevivir” ) y
de hecho hay una parte que no sobrevivió en aquel momento, así que en estos momentos borro, me olvido, de
que hoy soy la adulta de que hoy tengo cuarenta años, y vuelvo a ser esa niña pequeña dolida. Reconocer mi adultez y acoger a mi niña desde la adulta, confiando en que
puedo acompañar nuestro dolor como parte genuina y legítima de la vida (y que no es verdad esa premonición de que no puedo acompañarme en el dolor, de que cuando duele es mejor mirar para otro lado) me llevará a poder complacer y acompañar a mis hijos e informarles de aquello que les puede producir daño a otros y a ellos sin problematizarlo.
Este momento, en ocasiones, viene acompañado por
temblores, emociones que se me desbordan, un cuerpo que empieza a tener
sensaciones, a recuperar lo que fue, porque ya está preparado para transitarlo. Un
cuerpo que empieza a sentir y desde este sentir y su reconocimiento es como puede
empezar al mismo tiempo, y entendiendo que somos seres diferentes, a estar en el sentir propio y a percibir el sentir del hijo/a, que no es más que consentir en muchos
casos (curioso como se ha vilipendiado esta palabra con su hermosa etimología)
Confiemos en nosotras mismas y busquemos los apoyos necesarios también para
transitar este proceso de despertar.
3.
El dolor está ahí y ya no se apropia de mi,
puedo acompañarlo desde esta otra parte que ama y entonces empiezo a preguntarme: ¿para qué? ¿para qué aparece
todo este daño, este dolor? Mi niña
pequeña, la que aún habita en mí, esa que sigo siendo yo, que no sabe cómo hacer, que aún en ciertos momentos no cuenta con esta adulta que también soy, y desaparece en ciertas crisis, teme aún al dolor, a la soledad ante ese dolor, a esa misma soledad que vivió de niña. Así que evita entrar en situaciones que se le parecen a aquellas que conoció (pues el subconsciente no sabe de tiempo, ni de espacio...) y su primer instinto es escapar, huir, mediante la huida real de la situación actual o mediante la ira, deflectando, quitándole importancia a la situación, riéndose, mediante el sarcasmo...cualquier truco que le sirva para evitar el contacto con lo que hay.
Finalmente cuando empieza a haber adulta acompañante entonces empieza ese permiso para evocar con conciencia ese tiempo y lugar antiguo donde no había recursos reales para afrontar una situación parecida a esta que hoy estás viviendo con tus hijos (solo que entonces tú eras la niña y hoy eres la madre), esa parte niña de mí me lleva allí cuando en el presente se da una situación similar a esa otra vivida, yo me llevo allí y me olvido de estar aquí mientras tanto. Y me llevo allí porque aún hay algo pendiente y para seguir aquí necesito nombrarlo y poder acompañarlo, aceptarlo amorosamente y respetar su ritmo de sanación.
Finalmente cuando empieza a haber adulta acompañante entonces empieza ese permiso para evocar con conciencia ese tiempo y lugar antiguo donde no había recursos reales para afrontar una situación parecida a esta que hoy estás viviendo con tus hijos (solo que entonces tú eras la niña y hoy eres la madre), esa parte niña de mí me lleva allí cuando en el presente se da una situación similar a esa otra vivida, yo me llevo allí y me olvido de estar aquí mientras tanto. Y me llevo allí porque aún hay algo pendiente y para seguir aquí necesito nombrarlo y poder acompañarlo, aceptarlo amorosamente y respetar su ritmo de sanación.
Así que para seguir aquí con mis hijos inevitablemente necesito acompañar a esa niña que yo soy y fui,
apropiarme de la adulta que soy y poder hablarme desde aquí: “ Estoy aquí con
mis hijos, ahora tengo miedo, una parte siente dolor y ese dolor no es el de hoy, ya fue, hoy estoy aquí, acompaño a mis hijos, y puedo acompañarlos y amarme en esto que siento también, sabiendo que es un fantasma de lo que fue y hoy soy adulta "; así que ...“RESPIRO EN MI LÍMITE” y
poquito a poco voy adquiriendo flexibilidad, confianza en mí y acompañando al
otro, cerrando temas pasados, que con este mecanismo nos dan una y otra vez la oportunidad de amarnos y amar lo que es y lo que fue, para entrar en la ternura, en la aceptación .
Y buscar los momentos para compartir en grupo de confianza esos episodios aún no cerrados, darles nombre y voz, transitar emocionalmente, acompañándome y siendo acompañada por otros,nombrar y reconocer qué necesidades siguen sin satisfacerse aún hoy y actuar su satisfacción sin reclamo de lo que no fue. Hoy, yo, adulta, puedo satisfacerme en esto o buscar a algún otro adulto cercano amoroso que en la relación me satisfaga.
4. Y con esa misma ternura y aceptación observar qué sucede en el presente con mi hija o hijo, si requiere de flexibilidad o de autoridad, si es necesario informar de un límite coherente con la vida o respirar y esperar y confiar. La respuesta llega clara...porque hay amor, se puede observar sin problematizar la situación.
Y me voy dando amor que es el antídoto del dolor…y amando a mi hijo/a, aceptando lo que de ellos deviene y de mí.
Me voy fiando de mí misma en lugar de
controlar mediante acciones violentas o de reprimir o paralizarme, y poco a
poco me fío y al fiarme de mí también
puedo fiarme de mis hijos, confiar en que encuentren sus maneras sin
intervención, con validación y presencia. Mirarlos y saber que eso que de ellos deviene es su mejor respuesta, la perfecta respuesta emocional o corporal o intelectual para este momento y que si la acompaño, entonces, devendrá su crecimiento.
Claro, el tema es que esto también lo puedo llevar a cabo como “una
receta”. Me leo un libro o escucho a alguien que me lo cuenta, y lo copio y parece que
estoy validando, en presencia, otorgando el poder al niño para resolver,
confiando, y lo que en ocasiones sucede es que solo lo parece pero no lo es y en
cuanto “dejo de controlar o manipular” salta una parte de mí absolutamente olvidada, que no estoy atendiendo: mi
niñita herida, la que grita de miedo, la que huye o se abruma ante el rechazo, la que se paraliza, la que llora y se
deshace en desamparo…. ¿Por qué? Dependerá de la historia de vida de cada padre y
madre que esto se irá dando en un caminito en círculos concéntricos de
observación personal y movimiento en la relación con ellos. Nadie lo puede
caminar por ti y sí a tu lado.
Más es importante que comprendas que parte de eso que te pasa por lo que te es difícil el acompañamiento respetuoso a tu hijo, ya no es presente, son procesos no cerrados que interrumpen tu verdadero presente, tu estar aquí con ellos, tu satisfacción y la plenitud de tus relaciones de hoy con tus hijos, tu pareja, tus amigos, tus padres o tu jefa...o contigo misma. Y también que sin ser presente es necesario atenderlo para que el presente se dé como tú te mereces
Esto es un proceso. Acompañar en comunidad
y con conciencia nos va llevando pasito a paso a descubrir estos movimientos
internos y a conectar con un estar más auténtico y amoroso para nuestros hijos
y nosotros.
Mon Gómez
- A QUIÉN VA DIRIGIDA LA FORMACIÓN Y ENFOQUE DEL TRABAJO
- ALTERNATIVA ON LINE Y CERTIFICACIÓN FINAL
- VALORACIONES DE MADRES Y ACOMPAÑANTES QUE HAN PASADO POR FORMACIONES SIMILARES
Primer plazo de matrícula abierta
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