jueves, 7 de septiembre de 2017

¿PARA QUÉ INTERVENIR EN EL JUEGO DE L@S NIÑ@S? ESTAR PARA SER por Mon Gómez

¿Para qué intervenir en el juego de l@s niñ@s?
ESTAR PARA SER. EDUCACIÓN RESPETUOSA.  Por Mon Gómez

Este artículo está escrito a petición de Patri. Para ti y tu familia y otras familias a las que sirva. 

Producir y hacer son lugares de éxito y valor en muchos grupos humanos hoy. Hay una inquietud vital que se traduce en un reclamo de vivir en el sosiego, lucidez y simpleza. Estar, quedarse, permanecer en un estado de concentración relajada empieza a convertirse en una necesidad.
Las personas se sienten solas, no hemos aprendido a acompañarnos y que nos acompañen y nos charlamos demasiado a nosotros mismos.
El silencio de acompañarnos estando para nosotros, es el mismo de acompañar a nuestros hijos estando para ellos, para que puedan ser y en un futuro sepan acompañarse estando para sí mismos.

Y ese silencio ayuda a gestar en nosotros el respeto por sus juegos, sus ritmos de aprendizaje, por su movimiento autónomo y sus intereses genuinos.
Si los irrespetamos e imponemos nuestra manera de jugar, con la mejor de las intenciones, y transformamos sus juegos, o los movemos hacia lo que a nosotros nos interesa con frecuencia, o no respetamos sus ritmos de aprendizaje o descubrimiento y les adelantamos respuestas o capacidades, entonces aprenden que lo suyo no, que mejor lo de papá y mamá. Y lo suyo, ante todo, sí. Lo suyo, lo que traen, sí. Si lo suyo no, entonces aprenden a desconectarse de quien son genuinamente y pierden el sentido real de sus vidas. Así que este artículo protege que lo suyo sí.

Retomar el estar implica madurar la escucha y para escuchar es necesario silencio, calma, tiempo y confiar. Para escucharnos a nosotros mismos y escuchar a nuestros hijos y sus genuinas necesidades y respetarlas, y amarlos por lo que verdaderamente son.

Realizamos como padres algunas acciones automáticamente sin plantearnos las consecuencias que pueden tener en el desarrollo pleno de los niños y niñas,  y es interesante ver esas consecuencias para poder decidir libremente si queremos o no seguir haciéndolo así.

Algunas de esas acciones están vinculadas a intervenir en el juego, intereses, movimiento y ritmo de descubrimiento natural de los niños y niñas y yo me pregunto para qué lo hacemos como padres, porque tiene su sentido y aparentemente es un sentido desde la bondad:

  •   ¿Para qué intervenir en el juego de los niños?
  •  ¿Para qué hacerles preguntas sobre a lo que a nosotros nos interesa?
  •  ¿Para qué moverlos, columpiarlos, alzarlos a donde no llegan o negarles el tiempo y la confianza para que bajen ellos por si mismos?
  • ¿Para qué corregir y criticar?

Cuando he hecho  estas preguntas a padres y madres que siguen una educación tradicional o nos las preguntamos en el grupo de La Puerta Azul o en familia, cuando alguno de nosotros se observa en estas maneras de estar con los peques, las respuestas son variadas pero su esencia podría resumirse en las siguientes motivaciones:
  1.   para mostrarles interés y amor,
  2.   para que aprendan cosas importantes,
  3.   para ayudarles,
  4.  para ahorrarles frustraciones y que no se equivoquen.

 En este artículo voy a ir desgranando cada uno de estos motivos  para que podamos reflexionar sí  y, en tal caso, cómo podemos enfocar desde otro lugar esos motores de relación con los hijos/as .

     1. El primer motivo que se argumenta para defender el intervencionismo es “Mostrar interés y amor”

“ ¿Cuándo te has sentido verdaderamente amado/a por alguien? “, es una pregunta que suelo hacer a los padres y madres que atiendo. Y las respuestas suelen ser:
  •  Yo me siento amada cuando alguien comparte conmigo algo que me interesa mucho,
  •  Cuando ve cómo soy y así me quiere,
  •  Cuando me acepta sin condiciones, le cuente hasta el más íntimo secreto, sin juicio.
  •  Me siento amada ahora que estás concentrada en mí y no hay nada más importante.

Decía Maturana que amar es “aceptar al legítimo otro” y puntualiza Mauricio Wild que amar es “aceptar el absurdo del otro”.

La lógica de los niños nos es ajena, inadivinable, pues sus asociaciones cognitivas son casuales en la etapa 0-6. Los niños están en un mundo regido por lo sensorial, el movimiento y los afectos, lo cognitivo no está madurando apenas. Así que sus juegos son particulares, y su manera de aprender el mundo otra que la nuestra adulta. El instrumento y acción de que dota la naturaleza al niño para aprender es el juego. Y entendiendo que son ellos los que conocen qué necesitan ( ver mi artículo “Criar en libertad” ).

Es el juego algo muy serio y necesario de ser mirado, acompañado sin interferir, desde ahí se irá produciendo su confianza en quiénes van siendo, en cómo van percibiendo, en cómo van sintiendo, una confianza de raíz. Sobre todo los juegos simbólicos y creativos de los niños en sus primeros años.

En los acompañamientos de La Puerta Azul estamos en no intervenir en el juego del niño. Para algunos papás es una experiencia diferente a lo cotidiano y así surgen ajustes. Tampoco es algo que radicalmente defendamos sin fisuras, pues acompañar jugando genuinamente, cuando de verdad nos apetece y somos capaces de entrar desde nuestro niño, es verdaderamente nutritivo… mas es bastante difícil que así sea y depende de tipo de juego que se genere es posible o no entrar sin interferir, así que de momento hemos decidido durante los tiempos de acompañamiento no jugar con ellos al menos en aquellos juegos simbólicos y creativos en que inventan el mundo a su manera. Y esto es lo que va pasando…

Sonia con su hija Cintia. “ Hoy no he intervenido en su juego, me he quedado mirando, le he dicho que yo quería mirar cada vez que me planteaba jugar con ella y no le ha molestado. Su juego no ha sido tan disperso. Iba de una actividad a otra y podía enlazar el sentido que para ella tenía. Cuando juego con ella, interrumpo su actividad natural y no sucede esto, se dispersa”
Jugamos con los peques para mostrarles nuestro amor y atención en la mayoría de las ocasiones. Para los niños el juego es su canal de desarrollo por excelencia. Es algo absolutamente vital. Y la relación en el juego niño- adulto es asimétrica por varias razones:
  •     los adultos tratamos de dirigir, en muchas ocasiones acabamos creando el juego a nuestra manera;
  •      los adultos  somos más altos y somos, queramos o no, la autoridad;
  •  los adultos no solemos jugar genuinamente con ellos, el juego no es vital para nosotros.

No nos es posible saber qué se está desarrollando, creando, explorando en la cabeza de un peque y nuestra lógica adulta interfiere con ello una y otra vez, impidiendo que se cierren ciclos de experiencia autónomos, libre decisión que es la que crea nuevas conexiones neuronales y favorece el desarrollo y maduración del niño/a.

Según Maturana la vida se da dentro de una membrana semipermeable protectora, pero el desarrollo y maduración vital es interior, es un proceso que atañe al organismo vivo que en contacto con su medio va buscando de él aquello que va necesitando para satisfacer necesidades auténticas. Es un proceso autónomo y solo el propio ser humano sabe cuál es su necesidad en su interacción con el mundo que le rodea si está verdaderamente respetado y conectado.

    2. El segundo motivo que se argumenta para defender el intervencionismo es “Que aprendan cosas importantes”

El proceso de desescolarización de nosotros, padres acompañantes, es mucho más que no ir a la escuela, atiende al entendimiento de que juego y vida y trabajo y aprendizaje van unidos, vinculados y pueden ser uno en muchas ocasiones, también a que no hay un currículo establecido más interesante que otro, sino que la vida está llena de posibles aprendizajes y cada niño y adulto nos creamos nuestra singular carretera de aprendizaje, nos creamos nuestro propio viaje mediante el que vamos conectando intereses guiados por nuestra emoción y pasión. Los tiempos, edades, temas, no vienen prediseñados, tenemos la libertad de diseñarlos nosotros desde lo que nos es más propio y genuino.

 Raquel juega en la mesa de agua. Tiene tres años. Su papá la acompaña sentado en una mesa cerca. Ella descubre un tesoro. Está fascinada por el tamaño, la humedad, el color, y cada característica de este tesoro. Es una pequeña hojita de olivo que ha caído al agua. Se la lleva en la yemita de su dedo a su papá. Raquel tiene tres años, su percepción del mundo es sensorial, no entiende de razonamientos ni conceptos, sus sentidos son su brújula.
Y el papá, con toda la buena intención, quiere mostrarle interés y le dice “ ¿qué es esto, Raquel?” (es una pregunta ciertamente vacía, pues la simpleza de lo que es hace pensar que la niña conoce su nombre, así que la pregunta sorprende a la niña que se queda en silencio y desvía su centro  de interés).  A la hija no le interesa lo que es, no entiende, se queda mirando y él, entonces, para ayudar, le dice: “ es una hoja, ¿verdad?”  Raquel finalmente accede a complacer a su papá en el interés que le muestra por su nombre y le contesta “sí” pero ha desviado su atención de lo que a ella le interesaba verdaderamente. No se ha sentido sentida y ha habido interrupción de su proceso de experiencia y su constatación de amor/ atención.

Solo una observación y presencia amorosa atenta, sin palabra, o una descripción serían más próximas al sentir que puede tener Raquel. Y eso sí la habría hecho sentirse comprendida en la fascinación del tamaño, textura y color de la hojita de olivo.

 Lo cognitivo en la escala de los aprendizajes humanos está supervalorado por encima de lo emocional, motriz y espiritual así que esto, desde bien niños, lo reciben nuestros peques, incluso en entornos libres, cuando se dan apreciaciones o comentarios que desvían la atención hacia ello. Y en seguida los niños se adaptan: “si para que me quieran es interesante saber nombres, conceptos, etc., lo haré, antes de que de manera natural me surjan.”

  3. El tercer motivo que se argumenta para defender el intervencionismo es , “para ayudarles”

Roberto tiene 5 años y le pide a Gemma que le pinte la cara de tigre. Ella, solícita, lo hace, a su manera. Y Roberto no tenía en mente ese dibujo que se encontró en el espejo y se enfada. Para él es más difícil bregar con esta situación que con la posibilidad de hacerlo él mismo y aceptar o frustrase por lo que consigue. Porque el juego está en su mente.
En realidad a Gemma tal vez ni le apetecía tanto pintar la cara pero no sabía cómo decir que no sin que molestase al niño, porque no está integrada la bondad de la autonomía y el derecho al autorrespeto, por ende.
Y cuando Roberto se frustró, entonces ella le sugirió todo lo que podía hacer: “borrarse la cara, pintársela de nuevo…” se lo decía muy rápido, a un ritmo que el niño, absorto en su emoción, no podía contemplar. Cuando le dio espacio y lo dejó, manteniéndose suficientemente cerca para que él percibiese que estaba allí, él mismo decidió borrarse la cara, sin que nadie le apuntara cómo hacer.

Un organismo no puede desarrollar al otro. Es un mecanismo de autoconstrucción el que  nos permite ser y para ser de pequeños necesitamos a alguien a nuestro lado que esté presente, disponible y responsable, que no esté tan ocupado en ser lo que no fue, en mostrar, como en estar a nuestro lado acompañando en presencia y con amor y respeto nuestro proceso como peques.

.   4. Otro motivo posible para defender el intervencionismo sería “Que no se equivoquen. Corregirlos.”

Esto a mí personalmente me ha costado mucho en la vida aprenderlo. No tanto hacia mis hijos sino hacia mí misma y otros adultos. Aún estoy en ello. Hay una dificultad para asumir el fracaso como parte nutritiva e inevitable de la vida, y un querer colocar un salvavidas que evite la frustración o caminos más largos. Qué soberbio no rendirnos a la vida y entender que nada malo ni bueno tiene acertar o no acertar, que qué es acertar realmente, si no sabemos las vueltas que puede dar el juego…

Mónica está con su hijo Álvaro de dos años. Álvaro tiene unos lápices en una caja. Los tira y quiere meterlos por un orificio que no es “el correcto” . Mónica se  los quita, los trata de colocar mostrándole la manera. El niño la mira, coge la caja y la tira hacia atrás. ¿Han hecho lo mismo el uno con el otro? ¿Se han tirado el juego por la borda?

¿Cuál es, pues, la manera correcta? Cualquier científico, investigador, descubridor, piensa divergente, no entiende que hay una única lógica correcta, sino que su particularidad, como el niño, le lleva a descubrir lo nuevo del mundo. Igual que al niño. Confiar en su lógica y en su proceso le llevará a que confíe el mismo, disfrute del placer de descubrir autónomamente y se sorprenda por el mundo que le rodea sin que le roben ese placer los adultos, ese descubrimiento y sorpresa.



Y, pues, 
¿Qué necesita un niño?
  • Amor, presencia, interés por lo suyo, responsabilidad en la relación, cuidado, respeto por quién es y cómo hace ( ritmos, emociones, pensamientos, etc). Y que sus padres se amen a sí mismos como padres, se ofrezcan autopresencia y entre ellos, responsabilidad en su relación con el otro y entre ellos, respeto por qué tipo de padres y madres son y sus ritmos, emociones y pensamientos.
  • Que lo acepten como es y que lo acompañen en su proceso de seguir siendo. Y que sus padres se acepten como son y que se autoacompañen en su proceso de seguir siendo.
  • Un ambiente rico que le nutra de experiencias y le dé tiempo para digerirlas: contacto y retirada automodulados. Que sus padres tengan también un ambiente de apoyo entre adultos y con otras familias que nos nutra de experiencias y condiciones adecuadas para irnos colocando en nuestro mejor ser y tiempo para ir digiriendo y colocando cada nuevo lugar aprendido.


Mon Gómez

En La Puerta Azul hemos creado un ambiente preparado para que las familias puedan acompañar desde el respeto y la libertad y puedan entrenar esa parte de sí mismas para llevársela a casa después, y seguir en sus casas acompañando desde la libertad. Con la intención no es suficiente en ocasiones y es útil el apoyo del grupo, el ambiente relajado donde el proceso es lo que reina, el estar, para vivir con mayor calidad la relación y el vínculo filial.


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sábado, 2 de septiembre de 2017

UNA VOZ QUE GUÍA TUS PASOS por Mon Gómez

No se acaba quién eres ni en el sentir ni el pensar.
Contactar con lo que sentimos y ordenar lo que pensamos es necesario y un paso.
Sentir es un producto de la mente.
Y hay más allá de sentir y pensar una voz que guía tus pasos.
Hay quien piensa y se olvida de su pasión, su entusiasmo, inocencia...su parte niña. En algunos momentos cada cual actuamos así.
Hay quien siente y no pone en acción su capacidad de planificar, conectar ideas...y desprecia en esto a su parte intelectual adulta. En algunos momentos este es nuestro comportamiento.
Nuestra niña y nuestra adulta están deseando escuchar a esa voz que las guía, profunda, sencilla, más allá de la mente, y ser escuchadas en sus rabias, dolores, anhelos, deseos, para ir creciendo verdaderamente y enfocarse en el amor que les es propio.
No como un ropaje, sino desde la desnudez.
Al acompañar a los otr@s, sobre todo los más pequeños, nuestra parte emocional reclama lo que no tuvo y entra en conflicto de intereses con nuestros hijos.
No sabe de que ha pasado el tiempo y ya nadie, más que ella misma, le dará lo que está lícitamente queriendo.
Nuestra parte intelectual que se abre a la lucidez a veces pierde protagonismo o entra en disensión con las ideas heredadas de nuestros padres y se confunde.
Ver este proceso con lucidez, poder expresar lo que se quedó sin decir en ambientes seguros para poder liberar esa energía y aumentar nuestra comprensión de nosotras mismas, nos va colocando en el lugar del amor por mí, por mis hijos, por mi pareja, por los que me rodean...
El amor como centro vertebrador del ser y estar. Como satisfacción legítima, que me es propia.
Mon Gómez



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miércoles, 30 de agosto de 2017

EL PRINCIPIO DE GENEROSIDAD EN LA RELACIÓN CON LOS HIJ@S, por Mon Gómez

Elijo el principio de generosidad en la relación con mis hij@s y conmigo misma:

  •          Mi necesidad de intervencionismo es una capa superficial de mi confianza en la vida, en la capacidad de movimiento, intelectual y emocional de mi hijo/a y, como tal, elijo no jugármela y sí validar sus posibilidades.

  •           Mis temores son una capa superficial de mi deseo y placer, y ya que son míos, decido no darles de comer y elijo acompañar el disfrute y la exploración de la sexualidad de mi hijo/a y lo legitimo.

  •            Mi sordera es el paso anterior a mi capacidad de escuchar y reconocer el estar y el ser del otro/a….y elijo mi querer complacer a mis hijos y  escuchar la expresión de sus necesidades y lo legitimo.

  •           Mi desconexión es la excusa para no darme la vida en plenitud y no dársela a mis hijos,  y descubro que tras ella hay inmensa fuerza vital, enraizamiento en el presente continuo y, desde ahí, elijo acompañar, mirando, reconociendo, e intuyendo a mis hijos desde el vínculo que nos une y la comprensión de quienes son aquí y ahora.

  •  ·         Mi obligación de resolver oculta mi pasmo por lo nuevo de la vida y las relaciones que desconozco y acompaño sin saber qué será, cómo será, desde la inocencia de los nuevos ojos de un niño y la lucidez de saberme ya adulta, y desde ahí elijo acompañar los confictos u otras situaciones entre mis hijos y conmigo u otros, confiando en su desenlace, valorándolo como el necesario, sea cual sea y desde el respeto a la vida.

  •  ·         Mi desconfianza es la antesala de mi confianza y, ya que así es, no le doy fuerza y elijo dar dos pasos atrás en aras de la autonomía y libertad de mis hijos.

  •           Mis automatismos destructivos me hacen seguir en la rueda del hámster mas tras ellos está mi creatividad para ofrecer lo mejor de mí a mi hijo/a en nuestra relación, y la elijo desde mi libertad, la elijo y me vinculo desde ella.

  •  ·         Respiro ampliamente en mi vida y pongo mi amor a disposición de quién es mi hijo/a y quien soy yo como madre/padre.

  •            Amo incondicionalmente a mis hijos desde mi posición de adulta, dando y agradeciendo en lugar de esperar que a mí me amen por lo que hago o por lo que soy. Y ese amor me nutre, no es moneda de cambio. En el presente se da, y en el presente se queda.


Mas no niego que temo, no niego que desconfío, y no niego mi desconexión: están en mí, míos son y los acojo, y me amo con ello y es ese amor el que me permite acompañarlos y, sintiéndolos, elegir lo que prefiero para mi vida y para mi relación con mis hijos.

Quién tan loco de pensar que habrá felicidad sin haber aprendido antes a amar, parafraseo a Claudio Naranjo.

¿Y tú, qué te has dado cuenta que ocultan ciertas emociones o acciones con tus hij@s?

Acrílico de Alice Miller



Mon Gómez

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jueves, 17 de agosto de 2017

PARIR por Mon Gómez

A las cinco de la mañana del día 17 de agosto no podía dormir. Me duché para calmar el picor del cuerpo entero que me envolvía desde hacía noches; la extensión central en que me había convertido.
Al secarme, un hilo de licor caliente se dejó. Se lo dije a Blas. Contestó que" siguiera durmiendo que eso no era". Pero sí era. Vertí más de un litro en el colchón cubierto de toallas durante lo que restaba de mansa oscuridad hasta el amanecer.
Por la mañana él se fue a trabajar, yo me quedé plácidamente derramada. Telefoneé a las matronas. Me dijeron que esperara hasta que tuviese más síntomas, aún podían pasar días u horas. Llamé a Mimi, la amiga que había elegido como acompañante para el parto en casa. Le conté que había roto aguas y que se quedase tranquila hasta que la avisase. El nacimiento aún no iba a comenzar pero ella se vino a mi lado tras conducir 80 km. desde el mar.
La tarde del 17 la pasamos los tres (Blas había regresado del trabajo a media mañana) sentados en el sofá blanco esperando a que viniese el bebé. Pero la cría no llegaba. Mi hembra se sentía vigilada, no dejada nacer. Y después supe que le faltaba la mano ancha, donde agarrarse para tomar impulso.
Más tarde, cuando Mimi ya no estaba, salí con Blas a pasear por la ciudad para relajarme. En un callejón estrecho del centro el agua arrolló de nuevo mis piernas. En ese preciso momento dos policías patrullaban por aquel desierto rincón en verano. Frenaron en seco. Miraron por el retrovisor. Dieron marcha atrás. ¿Están bien? No, no, si no pasa nada. El agua me inundaba. ¿Pero…? Sí, sí, no se preocupe; solo que he roto aguas. Incredulidad. ¿Les llevamos al hospital? No, no, qué va, si vivimos aquí al lado, ya vamos tranquilamente caminando a casa. Nos fuimos, huyendo como quien esconde un secreto. Nos dejaron, dándonos por imposibles.
Hasta las once de la mañana del día 18 no llegó la pareja de matronas. No sé si tengo contracciones. Siento cierto dolor sordo pero no sé si esto son contracciones. La matrona hombre me contestaba con mucha filosofía, muchas palabras. No podemos estar viniendo a cada rato. La matrona mujer me entendía. Ella me dijo: vendremos todas las veces que lo necesites. Mi útero se contraía sin dolor. Todo había comenzado pero no lo supimos oír. Se fueron y nos quedamos juntos Blas y yo.
Así que a las dos comimos, me eché la siesta hasta las cuatro y media, tomé una galleta al despertar y en aquel momento, al sabor del paladar dulce, se despertó conmigo la hembra que parió. Se rompió. El dolor desgarraba sus entrañas.
El agua caliente me inundó de nuevo las piernas, aparecieron unos sospechosos coágulos de sangre oscuros y, finalmente, el meconio, cada vez más denso. Mi hijo pujando por ver el mundo. Después, la paz entre contracciones, el dolor que se borraba y del que no quedaba recuerdo fidedigno al minuto siguiente. Esto es una contracción, le dije a Blas. Estoy convencida. Blas, reloj en mano: menos de dos minutos entre la segunda y la tercera.
Llamamos a las matronas, nos dijeron que era necesario ir al hospital. Rotura de aguas con meconio. Había que irse rápido. En mi un apaciguado silencio interior entre los estertores imparables de cada contracción. Sabía que me expandía, que el movimiento espasmódico de la vida me tanteaba y, entremedias, un estado de gracia, distante, centrado, en el que veía correr a mi marido cogiendo la maleta, olvidándose de tal cosa o cual y le daba instrucciones de un minuto y diez segundos desde una bonanza absoluta, terrenal. Todo agitándose a cámara lenta en el torno que me circundaba.
A las cinco y diez de la tarde llegó la ambulancia. Subió a casa un médico, Marcos, como el de los dibujos animados, así, tristón, como él también. Entre bromas me pinchó o similar, me colocó una máscara en la boca o similar y me daba instrucciones sobre no sé bien qué o algo similar. Después, no encontraba el corazón de nuestro hijo. No se oye, dijo. Mi paz trastabilló volviendo del revés mi garganta. Estaba auscultándolo con un fonendoscopio.
Blas sabía escuchar su latido colocando la oreja sobre mi barriga. Por casualidad, dos días antes lo habíamos intentado con el fonendoscopio que nos había dejado mi cuñada junto al aparato de tomar la tensión y sabíamos que no era fiable, apenas se oía. Lo insté a que lo hiciese por el método natural. El médico lo disuadía. Lo insté a que lo hiciera. Apoyó su oreja en mi barriga. Ahí está -me dijo- ¡está bien! Lo abracé. Lo amaba. Mis rasgaduras internas me volcaban sobre mí misma otra vez y me retraían. Me contraía, hacia dentro. También, de nuevo, tras ello, la paz.
Mi habitación se había convertido en jaleo. Tubos, voces, siéntate, no podía, quería estar de pie. A duras penas conseguí llegar hasta el ascensor. Bajamos en la plataforma, con la vía puesta, el oxígeno, en una silla del comedor, chorreando fluidos. Apenas podía moverme. Juntos pariríamos, en unión, acompañándonos en el baile, pensábamos mi marido y yo durante los meses que duró el embarazo y nos preparábamos para recibir a nuestro hijo en algún lugar entre la azotea y la habitación de nuestro hogar. No le dejaron subir a la ambulancia. Su historia es, pues, otra y la misma.
Las entrañas se me resquebrajaban y cada adoquín de cada calle de la zona vieja de la ciudad por la que se embalaba la ambulancia me penetraba en las células del bajo vientre. Mi hijo va a nacer ya. No puedo esperar. No, no, aquí no puede nacer. Debes llegar al paritorio. No puedo esperar…


Me agarré a la mano nudosa del enfermero. No veía. “Non vexo nada” decía mi madrina antes de morir, sus últimas palabras, “Non te vexo, neniña”. Y yo tampoco veía a nadie. Sabía que estaban pero ni miraba ni podía ver más que lo que mis ojos captaban sin querer y rechazaban. La muerte y el nacimiento. La mano de mi madre mientras cosían a la niña que fui en la casa de socorro tras haberse caído por las escaleras, la mano de mi madrina al morir aferrada a la mía, las manos de mi amor sobre mi cuerpo, la mano de aquel enfermero sujetándome los límites del poder. Todo uno.
Al llegar al hospital el pasillo de urgencias estaba inundado de gente. Sentía sus presencias mirándome inquietos. Mi boca abierta, dilatándome la vagina, la garganta, los conductos de mi cuerpo dejando paso al aire, a su respiración. La matrona hombre también estaba en aquel pasillo. Lo vi pero no lo miré. No me daba confianza. Había venido a ayudar y ayudó a Blas a entrar en el paritorio.
Eran las seis de la tarde y la fuerza centrípeta salía por mi boca en grito, abriéndose paso en la camilla como inaugurada iba mi vagina, hasta el extremo.
Llegué a la sala blanca, tan distinta a aquella otra de las siete semanas de embarazo donde Victoria, mi ginecóloga, me hizo escuchar por primera vez el latido de Jacobo después de que se agarrase fuerte a mi endometrio. Se me olvidaron las decenas de ojos que me miraban, los estudiantes que usurparon mi intimidad, la médica que me atendía, las enfermeras que me hacían preguntas inoportunas y me negaban su tacto, no había nada más que la hembra: ni siquiera pensaba en mi cría. Ella sabría salir. Yo no tenía más opción que lo mío. Ineludible, inmenso, radiante, rabioso, inminente, latiendo en mi deformado sexo.
Cerré la boca, convoqué la fuerza entre las piernas, cerré la boca, convoqué la fuerza hacia mi sexo, ostentoso, orondo, extenso, inmoderado. Vino a mí el palomar de la Breña. La imagen del antiguo palomar del S.XVIII con sus pasillos hasta medio cielo poblados de nidos de paloma horadados en su materia. Cada nido un útero, una paloma viva. Cada nido de paloma un útero, cada útero una vida. Esparciéndolo todo de estrellas. Cada nido de paloma un útero, cada útero una vida. Cada vida, amor. Cada nido de paloma un útero, cada útero una vida. Una vida en grito. Sonidos llenos. Arrojada. Me guié por la voz desconocida que dictaba cada uno de mis movimientos y me embriagó la risa y así, entre carcajadas, mi hijo se deslizó lentamente, sin gravedad, enfundado en el canal de parto que lo sujetaba.
A las seis y veinte llegó Jacobo y era tal el sosiego que apenas sonreí. Estaba. Era. El sentido inefable. La rotundidad. No me moví. No lloré. No hablé. Solo acogí a mi cría y la deposité en mi pecho. Tan natural como si toda la vida lo llevase haciendo. Sin estridencias. Plácida.
Los primeros meses después del nacimiento, el mundo desapareció y el nido salió a ocupar toda la superficie que habitábamos. Allí nos quedamos los dos acunándonos. Después, los tres, también el padre. Con derecho y firmeza, entre arrullos y el sueño. Denodados de amor. En cada nido de paloma nos creció un junco, y era cada junco la fuerza de la tierra subiendo por mis piernas, sensual, flexible, decidida, materna. Cada nido de paloma fue entonces un jarrón lleno de tierra y en cada jarrón lleno de tierra nació una flor. Inundaban las margaritas blancas mi hogar. Donde ellos estén, será. Cada nido de paloma un útero, cada útero una vida. Abierta y completa. Giró la perspectiva.
Y así llegó, profundo como el cielo, este amor, que se prende de mis ojos y me deja unida a Jacobo en la madriguera, sus primeros bracitos alrededor de mi pecho que casi no alcanzan a rodear su fragilidad.

Mon Gómez

sábado, 12 de agosto de 2017

"EN MI COLE NO PONEN NOTAS" por Mon Gómez



- “En mi cole no ponen notas”- le dice a una compi del barrio.

- ¿Y eso cómo es?- le contesta la otra niña.

- “En mi cole trabajamos la gestión de emociones y la autoconfianza” – le responde la del cole alternativo.

Y la madre le demuestra con su gesto y su afirmación lo orgullosa que está de que ella diga estas cosas.

Que ella diga estas cosas implica que tiene seguridad en sí misma y sabe de qué habla. Así que se valora con buena nota en casa. Y aunque no tiene boletín, la niña lo sabe sin ninguna duda, desde el pelo a la médula. Tiene cinco años.

Cuando van hacia el coche- vienen de una excursión en el campo- que se limpie las botas de barro para que no ensucie ni un milímetro el impecable interior es importante, crucial… digamos que se gana una buena nota con ello; si no es así, suspende en casa (puede ser que se diga con un gesto de desaprobación, una descalificación “ a ver que vas a ponerlo todo perdido” en tono despectivo… o “tienes que ser limpia, hija”  con cierta agresividad contenida o simple firmeza)  Así que en casa me ponen buena nota si soy muy limpia.
También si mi vocabulario es preciso y denota mi saber de metodología de coles alternativos.
En el cole no me ponen notas, pero en casa sí.

Cuando empiezan las escuelas libres, en aquel momento había una palabra que genera reflexión en las familias que enfocan el camino de  la libertad de ser de su hijo/a: “condicionante”.



¿Qué es un condicionante? Puede ser un gesto, palabra, juicio o expectativa, que contenga cómo debe ser mi hijo y lo condicione para ser de una manera que genuinamente no le viene. Educar, digamos, tal como está planteado en nuestra sociedad, en un sentido general,  es condicionar: domesticar. De alguna manera está “ mal visto” no condicionar, puesto que el permiso de ser no es acogido socialmente con prestancia. La presencia y el permiso que genuinamente proporciona el desarrollo humano real, en ciertos círculos está visto como no ejercer de “padres”. Sería interesante revisar qué significa ser "buenos padres” socialmente: ¿Gestionar la adaptación de nuestros hijos a esta sociedad con cierta dosis de enfermedad?

Nuestro foco, hereditariamente, anda en cómo debe ser en ocasiones el niño/a y, entonces,  dejamos de valorar lo que ya es, es decir, no es suficiente como ya es, o perdemos de vista que soy yo, papá o mama, los que dirigimos a los hijos hacia un  objetivo, que es nuestro y no del programa interno del ser que se está desarrollando. Es decir, dejo de amarlo en el sentido de aceptar quién es hoy, ahora, aquí para enfocar un futuro que, probablemente, esté basado en el miedo: los que mis padres me han inoculado en su momento, los que la sociedad me indica, los míos propios de ser “ buen padre”…

Pero qué difícil, ¿no? Digo yo. Porque si examinamos nuestra manera de pensar durante unos minutos observaremos la cantidad de evaluaciones que hacemos sobre el entorno, nosotros mismos, los otros… y ¿cómo frenar todo esto?¿Cómo crear un silencio interior respetuoso que nos permita observar con menor juicio o idealmente sin juicio, o enjuiciar sin apegarnos a ello? Pues yo creo que no hay respuesta receta, que la respuesta es un proceso, un entrenamiento en la observación y el darse cuenta y un trabajo emocional, corporal, comportamental y racional profundo que nos imbrique de nuevo en el aceptar  sin juzgar, en el dejar ser y ser, con amor y respeto. Eso, y la clara decisión de que por aquí es: dieta de juicios, al estilo de cuando dejas el azúcar o el tabaco.

Cuando sea mayor esta  niña puede ser que diga “En mi cole no me ponían notas y me di cuenta de que me ponían nota en casa y lo llevé con más libertad porque en mi cole me enseñaron que poner notas no vale mucho”. Aunque qué bueno sería que en casa tampoco me las hubieran puesto…

O tal vez su compi de conversación llegue a pensar:  “ En mi cole me ponían notas  y en mi casa me acompañaban desde la aceptación, el amor y el respeto. Y esto me ayudó tanto a colocar en su lugar las notas, que lo he llevado mejor ”. Pero ojalá que en mi cole no me hubieran puesto notas…

Porque si pensamos en qué ha determinado quiénes somos en la vida, veremos que en gran medida estamos condicionadas por la educación que hemos recibido, sobre todo, de nuestro papá y nuestra mamá.

Y, tal vez, sería buena hora de romper esta cadena de evaluación continua, haciendo que permanezca lo que nos nutrió, y cortando amarras con aquello   que no nos ayudó a ser en plenitud. Ahora, dar lo que no nos han dado duele, no sabemos de dónde sacarlo porque:
  •          nuestro comportamiento tiende a repetir los patrones conocidos y, en ocasiones, nos perdemos cuando el terreno es virgen, no transitado;
  •          seguimos sintiendo el vacío de lo que no fue en la infancia y lo reclamamos desde nuestro niño interno que aún vive en nosotros, así que en ocasiones nos relacionamos con nuestros hijos/as, siendo un niño o niña y no un adulto. Y cuando nos piden lo que nosotros seguimos pidiendo, nos podemos irritar o necesitar salir de la situación por una cuestión de supervivencia, ficticia, mas así lo percibimos.
 Y ser acompañados en este proceso es una necesidad humana, y hacerlo en grupo  y desde el apoyo mutuo  un verdadero placer y pienso que una de las claves de este proceso.


Y en La Puerta Azul trabajamos en ello. Porque que estés nos ayuda a crecer y creces estando, así que juntas las familias en este proceso nos ayudamos.


Mon Gómez

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martes, 8 de agosto de 2017

EL AMOR INCONDICIONAL A LOS HIJ@S, por Mon Gómez


El amor incondicional a los hij@s  por Mon Gómez


Es tan de sentido común nuestra necesidad de dar y amar a los hijos. Es tan de fondo, en cualquiera que sea la situación, nuestro amor por ellos. Incluso cuando nos enfadamos sin motivo o los dañamos con nuestra puerilidad. De fondo, si quitásemos la nata del miedo, de lo aprendido, del susto, del no saber cómo hacer, está el profundo amor que les profesamos.

El amor asegura la supervivencia al bebé y al niño mientras es dependiente de sus padres. El amor le hace sentirse seguro y confiado para poder desarrollar sus talentos, habilidades y dones y  pasar a ese segundo nivel que es el del desarrollo, tras la garantía de la supervivencia.
Mientras el niño o la niña están en tiempos en que carecen de amor o no lo llegan a percibir plenamente están en “modo supervivencia”, luchando denodadamente por conseguirlo. Es el amor su alimento básico para crecer como personas.

Nuestros hijos, al igual que nosotros hicimos:
  • ·         pueden probar a ser, estar, comportarse, de distintas maneras, que no casen con la suya genuina, hasta que acierten mínimamente con lo que deseamos o esperamos (ver artículo: "Condicionamientos,expectativas,juicios y refuerzos") por conquistar nuestro amor y atención,

  • ·         pueden traicionar lo que piensan, sienten o quieren, para probar si así son merecedores de nuestro amor,  aquejados de esta enfermedad social de amor condicionado,

  • ·          pueden "llamar la atención” (siendo fieles a su necesidad de ser atendidos para vivir),necesidad real y legítima, haciendo lo que sea necesario: enfadarse, gritar, pelear con otros, y así captar la atención y mirada, sustitutos de amor.

La indiferencia es el peor castigo a un niño/a.


Mientras está en “modo supervivencia”, aquejado de no sentir el amor de sus padres,  no hay desarrollo de la inteligencia, está en alerta máxima. Así que, cuando es amado incondicionalmente, es el amor el que coopera con la inteligencia. A niños más amados,  niños más inteligentes:

 “El  vínculo es, ante todo, un proceso psicofisiológico.(…)La estimulación de estos procesos sensoriales tienen lugar a través de la proximidad y el contacto corporal íntimo entre madre e hijo”  Caplan, Mariana. Tocar es vivir

Esta cuestión va mucho más allá de los sentimientos y tiene que ver con la inteligencia, es decir, con la capacidad del cerebro para procesar la información sensorial , organizar las respuestas musculares e interactuar con el entorno.” Pearce, Joseph Chilton. Magical Child

Amar, abrazar, amamantar, acariciar, acostarnos junto a ellos, compartir. Cuando esto no está explícito o hay otras cuestiones muy secundarias que nos embargan y lo nublan:
  • ·         emociones atascadas, círculos no cerrados,
  • ·         dificultad con mi autoridad,
  • ·         pensamientos de base disfuncionales,
  • ·         dificultad con el placer y el juego,
  • ·         vida no coherente, estresada,
  • ·         estar demasiado pendientes de la opinión ajena, etc.

El resultado final es casi siempre el mismo: nos sentimos mal, en disonancia. No estamos en consonancia con lo que la naturaleza nos ha dotado: dar amor y gratitud. Y nuestra vida se vuelve media vida y a medias con los que más amamos.

Jugando a no amar, con las manos atadas por nosotras mismas- cito a mi amiga Elisa-, sin saberlo.
.
Pudiese parecer que el enfoque de nuestras necesidades más básicas como seres humanos fuese recibir amor y gratitud, mas si lo observamos con detenimiento es dar y ofrecer amor y gratitud para lo que estamos preparados en el momento en que empezamos nuestro maternaje.

Nos atamos las manos a nosotras mismas para que el corazón no ofrezca a través de ellas. ¿Para qué? ¿Qué sucede con esto?

A veces el miedo, a veces la dificultad y el dolor de dar lo que no hemos obtenido y seguimos reclamando, a veces la siega que hemos hecho de una parte de nosotr@s mism@s en nuestro proceso educativo, nos atan, nos hacen vivir a medias.

Si hemos vivido experiencias de niños de acercarnos a nuestros padres o madres y estos no estaban disponibles, o nos han dado excusas, nos han entretenido, para no recibir ese amor y gratitud que deseábamos dar y recibir como niños, como necesidad básica infantil, habremos aprendido a dejar de hacerlo. Y hemos grabado a un nivel profundo el temor a que nos rechacen, eviten, invaliden, no nos reciban  y similares.

Pasito a paso, se puede ir ampliando el registro de contacto, de ofrecer amor por la libertad y alegría de hacerlo, sin más, y disfrutar con dar mucho más allá del resultado.




Dado que el amor incondicional es una actitud de vida y no un “método” o “conjunto de maneras/ reglas” practicarlo nos incluye, para empezar, a nosotras mismas. Amarnos tal cual somos sin condiciones. 
Si esto falta, no es posible ofrecerlo a los hijos, porque nos acusaremos de nuestras imperfecciones ( parte natural de la vida) y nos haremos la vida imposible, lo cual nos generará estrés y dolor, enfado, desencanto, cansancio… y revertirá en la relación con los hijos/as. Así que iniciamos amándonos tal cual somos sin condiciones, entendiendo que esto es un proceso y abriendo nuestras dificultades y facilidades a otros/as en un proceso de ayuda y apoyo mutuo.

El amor incondicional nace de nuestro ser padres o madres más allá de las actitudes, comportamientos, de nuestros hijos/as. Por ser hijos el vínculo amoroso que necesitan naturalmente para desarrollarse con plenitud y que nosotros necesitamos dar para recolocar  nuestra parte pueril demandante y ofertarles lo que necesitamos: dar y agradecer por poder dar.

Si tenemos introyectos de "la maternidad como sacrificio" heredados de nuestras madres (muy probable) esos pensamientos limitantes nos harán desenfocar la vida con nuestros hijos y ver con lentes distrofiadas la realidad de nuestra necesidad verdadera: Dar amor y gratitud-

¿De qué algunas maneras manifestamos a diario nuestro amor incondicional?
  • ·         Cuando nuestros hijos/as más lo necesitan porque no estén pudiendo acompañarse en situaciones que les provocan estrés o dificultad y, por tanto, pueden revertir en enfados, peleas, mal comportamiento… Aceptando en ese momento quiénes son en su totalidad y la totalidad de sus conductas amorosamente. Y poder acompañarlas sin apartarnos o apartarlos de nosotros, acercándonos a sus dolores, iras ,conflictos, como adultos que somos.

  • ·         Mediante el afecto recurrente, siempre que sea bien recibido por los niñ@s y con todo el respeto que merecen en sus tiempos y frecuencias: no buscando afecto para calmar nuestra propia sed de amor incondicional sino entendiendo nuestro lugar de ofrecer y dar amor como necesidad básica nuestra como seres humanos:
  1. ·         en contacto continuo los dos primeros años ( colecho, amamantamiento o alimentación sustitutiva con vínculo y contacto, acariciar, masajear, portear, tener cerca a los niñ@s)
  2. ·         y a partir de ahí respetando sus ritmos de un contacto- retirada sano. Exploran, vuelven a mamá o papá, exploran, se relacionan con otros, vuelven a mamá, papá, con disponibilidad a acogerlos en el regazo, a tocarlos, a acariciarlos con nuestro tono de voz o nuestras palabras, a dar sin que tengan que pedir aquello que más necesitan de nosotros: presencia y aceptación incondicional.
  • ·         Tratando de no retirar el contacto aunque hagan daño. Sí, suena extraño pero creo que así es. Sí expresarlo mas no apartarlos de nosotras abruptamente. Si no, el amor, va condicionado. Cuando he sentido daño al subirse mi hijo a mis piernas con fuerza, expreso qué me ha pasado pero no lo ahuyento de mis piernas con rudeza. O me dice algo mientras está sentado sobre mis piernas que no me ha gustado. No lo ahuyento de mis piernas. Mis piernas, su contacto, está para él, y no depende de lo que él haga, así percibirá que el contacto y el afecto no están condicionados. Se creerá merecedor. No perderá su condición innata de merecedor de amor y yo no jugaré el papel de víctima, pues soy la adulta y tengo otros recursos saludables.

  • ·         Expresar un límite coherente con la vida a un hijo sanamente, va acompañado de amor incondicional: presencia, seguridad, sin retirada de contacto (visual, táctil o simplemente cercanía corporal). No se pone en cuestión quién es el niño ni se le juzga por su ser, no apartamos quién es el niño, sino que se informa de que esa acción no es posible conmigo, o en este espacio… Nuestra autoridad va vinculada al amor, no al daño. Si la vinculamos al daño, y muchos así lo hacemos o lo hemos hecho, es porque autoridad y daño ha sido asociado en nuestra infancia como sinónimos y esa asociación es importante deshacerla y liberarse de lo que conlleva de limitación  y violencia.

El amor como moneda de cambio o refuerzo es cruel:
  •          te premio con mi amor porque me gusta esto que haces, me dices o cómo te comportas.
  •          te retiro el amor como castigo, te dejo de querer, te pongo cara mala, te problematizo porque esto no me gusta.

Los hijos creerán que serán amados solo por ser de una manera o por hacer ciertas cosas y no por ser merecedores de amor sin más como cualquier ser humano de esta tierra. Ser merecedores de amor por vivir, porque es herencia y legítimo ser amados, sin condiciones.
Amarte como hijo porque en mí está el amor, no porque tú te lo merezcas o no, tú te lo mereces siempre, y  amarme como madre porque en mí está el amor para mí misma, no porque lo haya hecho mejor o peor, sino porque yo me lo merezco siempre también.
Y del caldo del amor, surgirá el mejor cultivo.

Algunas madres y padres a veces me dicen en comentarios : “ sí, qué bonito todo esto y qué difícil”. Entiendo que transformar tu maternaje o paternaje por leer unos cuantos libros y artículos resulta complicado y algunas madres me han manifestado con preguntas, trasladando inquietudes, esta situación. Nuestra propuesta es de proceso. Y cuando escribo sobre ello, me apoyo en la experiencia en mi familia, en mi carrera profesional en la educación y en esta propuesta que te planteo. 

Yo os remito a dos cuestiones para mí básicas en las que me apoyo cuando escribo y vertebran nuestra decisión familiar de acompañar en el camino del amor y el respeto.

Estos dos pilares básicos a mí entender son:

1.- El amor incondicional es para nosotras y no solo para nuestros hijos, es una manera de estar en la vida, el respeto es también para nosotras, y la paciencia y humildad muy importantes para ir caminando entendiendo que esto es un proceso y que igual que muchos años ha costado crear estos pensamientos locos también algunos costará deshacerse de ellos. Mas algún día podemos empezar. Os recomiendo la lectura de mi artículo “Los malos padres”

2.- Tomar la decisión real de transformar mi relación conmigo misma, mis hijos y familia,  y buscar grupos y personas de apoyo para lo que vaya necesitando al caminar este camino.
Nosotros lo enfocamos trabajando con grupos de adultos que además de  apoyarse entre sí, realizan un intenso trabajo emocional y corporal conmigo en aras a transformar su mirada y su estar hacia los hijos/as y hacia ellos mismos.  
Nosotros y las familias afines con las que comparto el espacio lo enfocamos  acompañando en comunidad para ayudarnos a entrenar esta parte nuestra y observar qué pasa cuando respetamos y amamos, y nutrirnos en familia y personalmente de  conversaciones entre nosotros, lecturas, experiencias, etc. resulta  esencial. Y es verdad que esta última parte, por sí sola, no acaba de funcionar para muchas familias pues leer por sí solo se queda cojo aunque induce al despertar. El trabajo transformador es de calado más hondo.
Seguro que cerca de tí hay alguna opción que te convence... Por mi parte, yo os recomiendo nuestros grupos porque están produciendo movimientos de calado en las personas que asisten a ellos:

  • ·          Y para los que viváis lejos,  las consultas personales on line en que el acompañamiento es particular, a cada familia y persona, siguiendo su proceso irrepetible. Resultan un cambio de paradigma y apoyan la decisión que toméis, ayudan a darle realidad y constancia en muchos casos.

Muchas gracias por leerme. Si te ha interesado y crees que puede nutrir a otros cercanos, te animo a que compartas. Que tengas un buen día.

Mon Gómez





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