miércoles, 31 de mayo de 2017

¿Qué alimenta el vínculo con mi hijo/a? por Mon Gómez



¿Qué les gusta a los niños? 
¿Cuándo y en qué se pierden en el tiempo, se afanan, se concentran y conectan con quiénes son y el mundo que les rodea?
¿ Qué desean de nosotros como padres y madres?
Es ahí donde podemos encontrar la respuesta a  qué alimenta el vínculo con nuestro hijo o hija. 
Valorar lo que propicia su desarrollo con nuestro estar, alimenta el vínculo con nuestro hijo/a.

Un niño sano en sus primeros años vive en esta eternidad temporal y en un estado fusional con lo que le rodea. Concentrado o llamado por la curiosidad, su estado natural es el juego y el concepto  de tiempo tal como lo entendemos de adultos, no está asumido intrínsecamente hasta edad avanzada. Es bien cierto que ya los timbres de la escuela, la "hora de dormir", la "hora de extraescolares", se van encargando de estructurar temporalmente su vida antes de que esté preparado para digerirla. Esta sería una temporalización extrínseca pero no es inherente al desarrollo del niño/a en edades tempranas. Es otro de los apuros sociales en los que vive la mayoría de las familias.

ALGUNAS DE LAS SITUACIONES QUE ALIMENTAN EL VÍNCULO:

              Participar con nuestra presencia, estando en atención no dividida hacia ellos y lo que hacen, en sus juegos, incluso sin jugar activamente con ellos, alimenta el vínculo. Nuestra mirada y nuestra voz atenta a su interés,  pudiendo compartir lo que a ellos les vincula al juego, pone en valor su acción y su sentir y les consolida en su relación con el mundo. Con su relación actual con el mundo y también con la futura, pues como familia somos su primera  pequeña sociedad y la relación que  traben con nosotros y con los materiales con los que jueguen será determinante, como relación con aquello otro que no es él y que está también en el mundo. Esto en la edad adulta serán las bases de la relación con lo humano y lo material en su más amplio sentido.


     Alimenta el vínculo con los hijos acompañarlos sin juicio, sin etiquetarlos, simplemente estando y mirando, dejando atrás las expectativas en la relación, viviendo y disfrutando con ellos desde la complacencia; describiendo su quehacer y estando presentes en sus logros, novedades y frustraciones;  escuchando qué van sintiendo, cómo se van sintiendo ante cada situación conocida o nueva y ayudándoles a medida que crecen a darle sentido con palabras a sus experiencias. Escuchar su cuerpo, su tono, su rostro y su voz. La escucha es mucho más amplia que el significado de lo que dicen.


            Un niño sano en sus primeros años necesita expresar su intensidad, la naturaleza está desarrollando las áreas límbicas de su cerebro y ellos no tienen desarrollo suficiente para utilizar la razón como coayudante de la emoción. Está en proceso y lo que no exprese, lo reprimirá y se quedará en él, bloqueando su energía y su ser.  Dado que los adultos, en ocasiones, caemos en conductas inadecuadas hacia los niños/as, ellos tienen la posibilidad a través de las emociones de canalizar la violencia que perciben del exterior y darse voz.  Así, alimenta el vínculo el apoyo emocional, en presencia, cuando hay emociones intensas, sin tratar de transformarlas, confiando en que se autorregularán, y dando un espacio de confianza suficiente para que esto suceda.  

           Las emociones se estancan y se quedan sin vivir cuando no tienen salida, mientras que si se las permite y se las acompaña van fluyendo como el agua, y esa sensación tiene mucho que ver con sentirse vivo y conectado con uno mismo. Son la brújula de nuestro estar en el mundo.

        Los niños, en su infancia temprana están en desarrollo de su sistema límbico, aquel que regula entre otras cosas las emociones en el cerebro, de tal manera que aún están aprendiendo a qué hacer con ello. Dada la sabiduría del cuerpo si se les acompaña dándoles espacio de expresión seguro, irán encontrando su propia regulación.

      Cuando aparece el miedo, la ira, en los pequeños, es el amor el acompañante por excelencia. Hablar, preguntar, sin haber conectado previamente, no sirve de mucho. Mantener una actitud de amor y escucha, con preguntas muy abiertas y ayudantes de la expresión del niño, o simplemente estar en silencio, disponible hasta el momento propicio de  poner palabras o tocar, alimenta el vínculo. El lenguaje no verbal para un niño en sus primeros años es más claro y fiable que la palabra. La palabra es el acompañante, no el fundamento de la comunicación.

                      Cuando aparece el miedo o la ira o el asco en nuestros hijos, dependiendo de nuestras improntas infantiles, también resonará el nuestro como madres y padres, así es tan importante trabajar sobre nuestra vida emocional para poder acompañar la vida emocional de nuestros hijos lo más limpiamente posible, sin que interfieran en exceso temas irresueltos del pasado. Si nos enfadamos mucho cuando nuestro hijo está iracundo, en lugar de observar qué le está pasando, qué necesidad no tiene satisfecha, estaremos negándole el alimento vincular, el apoyo para crecer, la serenidad y comprensión necesaria, el amor imprescindible, para que esa ira devengue en llanto, en palabra, o en calma.

              
                        Cuando un niño llega entusiasmado, alegre, gritando, a casa, con los zapatos llenos de barro y nos abraza porque ha encontrado algo maravilloso que quiere mostrarnos, cuán importante la disponibilidad sin condición para poder licitar la alegría y la conexión en la vida, cuán importante dejar lo que hacemos para atender a su necesidad auténtica de causar impacto y ser visto, reconocido, de entusiasmarnos con su entusiasmo, de licitar sus descubrimientos.

           Alimenta el vínculo asistir a los niños cuando no lo piden, por amor, y que nuestra comunicación no sea únicamente para recordar “lo que no, tener cuidado, estar atento”.. si no que se centre en compartir, en querer acercarnos sin que nos lo pidan a su juego, a su descubrimiento de la vida, en estar con ellos cuando están cerca como lo estamos con aquellas personas que amamos y deseamos compartir sus intereses, acciones, emociones, pensamientos.


Observa para qué te acercas a tu hijo durante una tarde o mañana que  paséis juntos:

·         ¿Cuánto tiempo es tiempo vinculante?
·         ¿Cuánto espacio real tiene en tu ser, unido a ti, sin que otros pensamientos, planes de futuro, recuerdos del pasado, te interfieran?
·         ¿Cuánto tiempo a la semana hay de este, de las 24 horas que tiene cada día?



Y así podrás observar la calidad del vínculo con tu hijo.



El poder vincularme amorosamente con mis hijos como parte de una red, de una cadena, como algo de un todo mayor, les transmite la  conciencia de participar en algo que va más allá de lo individual de una forma sólida y a medida que van creciendo. No es una participación desde el deber, lo moral, lo social, lo correcto, es un vínculo amoroso con lo que nos rodea. Esa percepción para el niño es tan diferente como lo es sonreír frente a poner una careta con una sonrisa.

Y cuando no puedo vincularme en cierta situación con mi hijo, ni permito que, desde mi desarrollo adulto, la intuición, la razón y la emoción me guíen, y  trato de evitar esta situación o exploto en ella, entonces,

  •    ¿ Qué es lo que me está sucediendo? ¿Por qué  me está costando vincularme?
  •   ¿Qué está haciendo que  evite o manipule una situación, emoción, pensamiento, verbalización de mi hijo?
  •   ¿Qué sensaciones, emociones, pensamientos, recuerdos, me  está provocando esa situación y lo que en ella sucede?
  •         ¿Qué es lo que me está pasando a mí que no tolero- qué siento o pienso- para no poder admitir una expresión del ser de mi hijo/a?
  •    ¿Qué me está molestando de eso que piensa, dice, hace, mi hijo? ¿Realmente es algo tan grave que atenta contra otros o contra mí? ¿Con qué filtro estoy mirando, escuchando, pensando, sintiendo…?

 Ese filtro es el que va bueno ir limpiando para poder ver, escuchar,  sentir, y permitirnos actuar desde el amor y no desde el miedo.  Y es el amor el que me vinculará y nos satisfará en esa relación nutritiva con el hijo o hija.

Y esta es nuestra propuesta en La Puerta Azul:
Acompañarnos en grupo de adultos en este proceso  y en tiempos de acompañamiento comunitario, para ayudarnos a profundizar en ello y   a crecer como personas y así ofrecer calidad de vínculo en la relación con nuestros hijos/as.

Mon Gómez
Teléfono 682828378 Correo:lapuertaazul@hotmail.com
http://lapuertaazuljerez.blogspot.com.es/
Formación en Educación Respetuosa y para la Libertad ( abierto plazo de inscripción)
Acompañamiento a los hijos/as en ambiente preparado y relajado
Consultas individuales sobre crianza y desarrollo humano respetado, aprendizaje autónomo y maternidad consciente.



viernes, 5 de mayo de 2017

Acompañar el movimiento de nuestros hijos por Mon Gómez


Moverse en libertad, como decía Emmi Pikler, principio de autonomía.

Cuando los bebés han sido respetados en su proceso de adquisición del movimiento y  han ido rodando, sentándose, caminando, cuando estaban preparados para ello sin que el adulto les haya interferido robándoles estas conquistas, cada nuevo logro produce en ellos una verdadera alegría. Esa satisfacción deviene en una actitud de confianza en la vida y en las posibilidades del individuo en ella desde los recursos que le son propios.

Foto cortesía de: lomaslindo.es


El hecho de que un ser humano desde sus primeras experiencias constate el mundo bajo la luz de su movimiento libre: “quiero aquella pelota de allí lejos y no le llego”, “bajo las escaleras gateando acompañada de mamá”, le ayuda a integrar desde lo sensoriomotriz los principios fundamentales del ambiente en el que vivirá durante el resto de su vida y las bases de su capacidad y desarrollo.

Algunas mamás y papás que han seguido estos principios de autonomía motriz en la crianza de sus bebés se encuentran con nuevos retos en el momento en que los niños van creciendo y generando nuevas experiencias de movimiento: quieren trepar, saltar, escalar, subirse a los columpios, etc. Esto se suma a que el abanico social de relación suele ampliarse a medida que los niños crecen y los padres, en ocasiones, atienden a la educación de los hijos “mayores” desde otros lugares o les surgen dudas en contacto con otros padres y madres que siguen dictados de “ ayuda al niño/a” .

Y se dan situaciones como las siguientes:


1.- Raquel está en el ambiente exterior de La Puerta Azul con su hija Alicia. Hay columpios. Los hemos cambiado, los antiguos que no favorecían la motricidad autónoma, por unos de tela, uno de ellos cerquita del suelo para que hasta los más pequeños puedan buscar su manera de balancearse en ellos sin la interferencia de un adulto. Y Alicia está tratando de subir al columpio a su manera. Raquel y Alicia están en un proceso de transición al permiso de moverse en libertad.

Raquel inicia un ciclo de estrés: teme que Alicia se frustre y llore o se enfade al tratar de subir al columpio autónomamente, piensa que no va a poder hacerlo y la reclamará y si no la “ayuda” se sentirá abandonada;  así que avanza su reacción antes de que suceda y entra en un mundo mental y emocional que la aleja de lo que realmente sucede. Ella quiere que la situación concluya y no sostiene el tiempo necesario a Alicia y resuelve acomodándola en el columpio evitando tiempo y confianza. Así, por fin,  la mamá deja de sentir sus propias emociones de frustración y el mensaje atiende a no aceptar la capacidad real, actual de la niña, es necesario ir más allá, subirse al columpio aunque no sea el momento.

De esta situación hay una gran parte que proviene de los juicios, expectativas y anticipaciones , así como del miedo a las emociones de los niños y propias. 
La realidad es más simple: es necesario tiempo y confianza para que se dé el movimiento libre de Alicia y alcance aquello para lo que en ese momento su cuerpo está preparado. Y con tanta más confianza contactemos y relax, más facilitará nuestro acompañamiento, pues los peques andan en simbiosis emocional con sus mamás y las perciben. Amar lo que hoy es, lo que se puede, la capacidad actual desde su aceptación incondicional.

 Tal vez Alicia tendrá que intentarlo e intentarlo hasta que conquiste lo que quiere y así irá aprendiendo sobre la capacidad personal ante el mundo y sus realidades o a la primera de cambio encuentre satisfacción en el balanceo que alcance autónoma. En cualquier caso su voluntad autónoma, su integración de la realidad y sus capacidades, será conquistada en el proceso. Edulcorarle el mundo no le ayudará a vivir en él comprendiéndolo sino que entramos en procesos de manipulación de la realidad que poco pueden aportar al niño o niña en su maduración y comprensión de lo que la rodea. Le enseñamos a falsear la realidad y, al hacerlo, anulamos e invalidamos la libertad para ser, sentir y hacer del niño/a. 

Si elegimos esta opción de que nuestros hijos se muevan en libertad, nos tocará caminar el camino de sostener emociones sin expectativa, desde el no juicio, es decir, aceptar lo que devenga del niño o niña incondicionalmente, aceptar su frustración o su no querer probar o su sí querer intentarlo o lo que sea que venga (que no podemos saber) de esta situación y deslindar lo mío de lo suyo.  Aceptar al legítimo otro. Incondicional. Desde el proceso, sin buscar resultados.



2.- Roberto está en otro momento con su hija. La acompaña al parque y después de meses empujando su columpio ha decidido no hacerlo más. La niña, coge la mano de su papá y la lleva hacia el columpio para que la balancee mas él le verbaliza claro y simple, “yo te acompaño, estoy junto a ti”, sin entrar en si ella podrá o no podrá, simplemente desde la presencia y Elvira lo trata y lo trata, consiguiendo maneras de subir al columpio e iniciar el movimiento.
Esta situación se repite con un familiar cercano instando a Roberto a " bajar a la niña, a ayudarla" cuando ella está tratando de subir a un árbol de manera autónoma. Roberto está cerca, en presencia y confianza, en asistencia segura para la niña. Mira al familiar y le dice que él confía en ella y que la asiste desde la seguridad, así que sigue acompañando a su hija en atención plena. Su hija puede subir y bajar de aquel lugar sin dificultad y Roberto ha mantenido su posición en beneficio de ella y aunque le sigue moviendo el comentario del familiar, no ha permitido que interfiera en el respeto que se merece su hija.

Y a Roberto le sobreviene, al contárnoslo, el recuerdo de  cuando él se lesionó de joven, jugando al fútbol más allá de su capacidad. De su dificultad como adulto para no forzarse.
Los adultos hemos aprendido en nuestra más tierna infancia a ir más allá de nuestras posibilidades y a quedarnos más acá de ellas ( las dos caras de la misma moneda), a no darnos el tiempo necesario y tolerar con dificultad nuestra frustración lo cual nos impide dar lo que hemos venido a dar al mundo.

Nuestras primeras experiencias de autonomía han sido sustituidas por el vernos puestos en situaciones para las que no estábamos preparados y que no dependían de nuestra libre decisión sino de la decisión de nuestros mayores ( ahora la ponemos a andar, o le damos la vuelta o la subimos a este árbol…) y hemos integrado que el mundo era esto: depender de la decisión de lo que el otro espera de mí, y aún algunos andamos buscando esa voz externa que nos oriente. Y dado que la prisa es acompañante de nuestras infancias y no nos hemos visto atendidos en nuestro ritmo lento, no nos damos hoy el tiempo necesario para estar en lo que necesitamos, nos empujamos y forzamos por sistema en muchas ocasiones sin tomar conciencia de ello . 
Asimismo, al aparecer la frustración se podían dar distintas posibilidades: entre ellas que no nos hicieran caso y, por lo tanto, careciésemos de presencia y amor para atender genuinamente a ese sentimiento, o que desviasen nuestra atención para que no sufriésemos o juzgasen inadecuadas nuestras respuestas, y esto hoy deriva en una inmadurez a la hora de acompañar nuestro propio dolor de adultos, en superar dificultades y en el automatismo de sojuzgar negativas ciertas emociones. Por todo ello, hoy nos es difícil poder acompañar nuestra propia frustración y la de nuestros hijos. Todo ello nos genera conflicto interno y malestar, una diatriba cansada entre la realidad, nuestra realidad y los juicios, fantasías, y situaciones forzadas a las que nos empujamos.

3.- Laura ha estado en movimiento libre con su hijo Carlos hasta ahora. Tiene un año y medio y ahora a veces le ayudan a bajar las escaleras, lo alzan del suelo. Carlos se ha caído al suelo de madera del ambiente de los pequeños y dice “mamá”, es de las pocas palabras que pronuncia, así que mamá implica todo aquello que requiere al objeto de su amor. La mamá interpreta “levántame”. Probamos a que la siguiente vez esté en presencia a su lado, serena, cuando Carlos  la llame y espere para comprobar cuál es su necesidad sin anticiparse. En esta ocasión Carlos quería que “mamá” estuviese cerca, mas él mismo se levanta y sigue con su juego sin pedir apoyo motriz ni mayor apoyo emocional tampoco.

Nuestras ideas preconcebidas actúan como filtros que impiden que veamos la realidad, observemos y desde la presencia podamos acompañar la satisfacción de necesidades de nuestros hijos.

Recuerdo a mi hija Carmen, con ocho meses, bajando las escaleras de nuestra casa, de madera, con forma en espiral, y yo respirando a su lado; a cada paso, con cada culada, búsqueda de agarre y vuelta atrás para seguir adelante, me daba una lección de confianza en la vida.
Y a mi hijo Rodrigo escalando hasta lo alto de los viejos olivos de nuestro bosque, hace pocos meses, y respirar de nuevo para envolverme en la confianza y poder acompañar desde ahí. Qué oportunidad maravillosa acompañar a los hijos desde el respeto, de qué sentido nuevo y lleno se impregna el presente y cómo van cayendo límites propios que impiden la libertad y apareciendo otros nuevos que favorecen el respeto por sus procesos de vida.

Moverse en libertad, dar los primeros y siguientes pasos confiando en los tiempos, capacidades y relaciones con el mundo personales posibilita que cada niño y cada niña se siga a sí mismo/a.
Mon Gómez

Mi agradecimiento a cada padre/madre e hijo/a de nuestro grupo en La Puerta Azul, quienes conjuntamente construimos nuestro mejor entender, sentir y acompañar a nuestros hijos día a día.