viernes, 5 de mayo de 2017

Acompañar el movimiento de nuestros hijos por Mon Gómez


Moverse en libertad, como decía Emmi Pikler, principio de autonomía.

Cuando los bebés han sido respetados en su proceso de adquisición del movimiento y  han ido rodando, sentándose, caminando, cuando estaban preparados para ello sin que el adulto les haya interferido robándoles estas conquistas, cada nuevo logro produce en ellos una verdadera alegría. Esa satisfacción deviene en una actitud de confianza en la vida y en las posibilidades del individuo en ella desde los recursos que le son propios.

Foto cortesía de: lomaslindo.es


El hecho de que un ser humano desde sus primeras experiencias constate el mundo bajo la luz de su movimiento libre: “quiero aquella pelota de allí lejos y no le llego”, “bajo las escaleras gateando acompañada de mamá”, le ayuda a integrar desde lo sensoriomotriz los principios fundamentales del ambiente en el que vivirá durante el resto de su vida y las bases de su capacidad y desarrollo.

Algunas mamás y papás que han seguido estos principios de autonomía motriz en la crianza de sus bebés se encuentran con nuevos retos en el momento en que los niños van creciendo y generando nuevas experiencias de movimiento: quieren trepar, saltar, escalar, subirse a los columpios, etc. Esto se suma a que el abanico social de relación suele ampliarse a medida que los niños crecen y los padres, en ocasiones, atienden a la educación de los hijos “mayores” desde otros lugares o les surgen dudas en contacto con otros padres y madres que siguen dictados de “ ayuda al niño/a” .

Y se dan situaciones como las siguientes:


1.- Raquel está en el ambiente exterior de La Puerta Azul con su hija Alicia. Hay columpios. Los hemos cambiado, los antiguos que no favorecían la motricidad autónoma, por unos de tela, uno de ellos cerquita del suelo para que hasta los más pequeños puedan buscar su manera de balancearse en ellos sin la interferencia de un adulto. Y Alicia está tratando de subir al columpio a su manera. Raquel y Alicia están en un proceso de transición al permiso de moverse en libertad.

Raquel inicia un ciclo de estrés: teme que Alicia se frustre y llore o se enfade al tratar de subir al columpio autónomamente, piensa que no va a poder hacerlo y la reclamará y si no la “ayuda” se sentirá abandonada;  así que avanza su reacción antes de que suceda y entra en un mundo mental y emocional que la aleja de lo que realmente sucede. Ella quiere que la situación concluya y no sostiene el tiempo necesario a Alicia y resuelve acomodándola en el columpio evitando tiempo y confianza. Así, por fin,  la mamá deja de sentir sus propias emociones de frustración y el mensaje atiende a no aceptar la capacidad real, actual de la niña, es necesario ir más allá, subirse al columpio aunque no sea el momento.

De esta situación hay una gran parte que proviene de los juicios, expectativas y anticipaciones , así como del miedo a las emociones de los niños y propias. 
La realidad es más simple: es necesario tiempo y confianza para que se dé el movimiento libre de Alicia y alcance aquello para lo que en ese momento su cuerpo está preparado. Y con tanta más confianza contactemos y relax, más facilitará nuestro acompañamiento, pues los peques andan en simbiosis emocional con sus mamás y las perciben. Amar lo que hoy es, lo que se puede, la capacidad actual desde su aceptación incondicional.

 Tal vez Alicia tendrá que intentarlo e intentarlo hasta que conquiste lo que quiere y así irá aprendiendo sobre la capacidad personal ante el mundo y sus realidades o a la primera de cambio encuentre satisfacción en el balanceo que alcance autónoma. En cualquier caso su voluntad autónoma, su integración de la realidad y sus capacidades, será conquistada en el proceso. Edulcorarle el mundo no le ayudará a vivir en él comprendiéndolo sino que entramos en procesos de manipulación de la realidad que poco pueden aportar al niño o niña en su maduración y comprensión de lo que la rodea. Le enseñamos a falsear la realidad y, al hacerlo, anulamos e invalidamos la libertad para ser, sentir y hacer del niño/a. 

Si elegimos esta opción de que nuestros hijos se muevan en libertad, nos tocará caminar el camino de sostener emociones sin expectativa, desde el no juicio, es decir, aceptar lo que devenga del niño o niña incondicionalmente, aceptar su frustración o su no querer probar o su sí querer intentarlo o lo que sea que venga (que no podemos saber) de esta situación y deslindar lo mío de lo suyo.  Aceptar al legítimo otro. Incondicional. Desde el proceso, sin buscar resultados.



2.- Roberto está en otro momento con su hija. La acompaña al parque y después de meses empujando su columpio ha decidido no hacerlo más. La niña, coge la mano de su papá y la lleva hacia el columpio para que la balancee mas él le verbaliza claro y simple, “yo te acompaño, estoy junto a ti”, sin entrar en si ella podrá o no podrá, simplemente desde la presencia y Elvira lo trata y lo trata, consiguiendo maneras de subir al columpio e iniciar el movimiento.
Esta situación se repite con un familiar cercano instando a Roberto a " bajar a la niña, a ayudarla" cuando ella está tratando de subir a un árbol de manera autónoma. Roberto está cerca, en presencia y confianza, en asistencia segura para la niña. Mira al familiar y le dice que él confía en ella y que la asiste desde la seguridad, así que sigue acompañando a su hija en atención plena. Su hija puede subir y bajar de aquel lugar sin dificultad y Roberto ha mantenido su posición en beneficio de ella y aunque le sigue moviendo el comentario del familiar, no ha permitido que interfiera en el respeto que se merece su hija.

Y a Roberto le sobreviene, al contárnoslo, el recuerdo de  cuando él se lesionó de joven, jugando al fútbol más allá de su capacidad. De su dificultad como adulto para no forzarse.
Los adultos hemos aprendido en nuestra más tierna infancia a ir más allá de nuestras posibilidades y a quedarnos más acá de ellas ( las dos caras de la misma moneda), a no darnos el tiempo necesario y tolerar con dificultad nuestra frustración lo cual nos impide dar lo que hemos venido a dar al mundo.

Nuestras primeras experiencias de autonomía han sido sustituidas por el vernos puestos en situaciones para las que no estábamos preparados y que no dependían de nuestra libre decisión sino de la decisión de nuestros mayores ( ahora la ponemos a andar, o le damos la vuelta o la subimos a este árbol…) y hemos integrado que el mundo era esto: depender de la decisión de lo que el otro espera de mí, y aún algunos andamos buscando esa voz externa que nos oriente. Y dado que la prisa es acompañante de nuestras infancias y no nos hemos visto atendidos en nuestro ritmo lento, no nos damos hoy el tiempo necesario para estar en lo que necesitamos, nos empujamos y forzamos por sistema en muchas ocasiones sin tomar conciencia de ello . 
Asimismo, al aparecer la frustración se podían dar distintas posibilidades: entre ellas que no nos hicieran caso y, por lo tanto, careciésemos de presencia y amor para atender genuinamente a ese sentimiento, o que desviasen nuestra atención para que no sufriésemos o juzgasen inadecuadas nuestras respuestas, y esto hoy deriva en una inmadurez a la hora de acompañar nuestro propio dolor de adultos, en superar dificultades y en el automatismo de sojuzgar negativas ciertas emociones. Por todo ello, hoy nos es difícil poder acompañar nuestra propia frustración y la de nuestros hijos. Todo ello nos genera conflicto interno y malestar, una diatriba cansada entre la realidad, nuestra realidad y los juicios, fantasías, y situaciones forzadas a las que nos empujamos.

3.- Laura ha estado en movimiento libre con su hijo Carlos hasta ahora. Tiene un año y medio y ahora a veces le ayudan a bajar las escaleras, lo alzan del suelo. Carlos se ha caído al suelo de madera del ambiente de los pequeños y dice “mamá”, es de las pocas palabras que pronuncia, así que mamá implica todo aquello que requiere al objeto de su amor. La mamá interpreta “levántame”. Probamos a que la siguiente vez esté en presencia a su lado, serena, cuando Carlos  la llame y espere para comprobar cuál es su necesidad sin anticiparse. En esta ocasión Carlos quería que “mamá” estuviese cerca, mas él mismo se levanta y sigue con su juego sin pedir apoyo motriz ni mayor apoyo emocional tampoco.

Nuestras ideas preconcebidas actúan como filtros que impiden que veamos la realidad, observemos y desde la presencia podamos acompañar la satisfacción de necesidades de nuestros hijos.

Recuerdo a mi hija Carmen, con ocho meses, bajando las escaleras de nuestra casa, de madera, con forma en espiral, y yo respirando a su lado; a cada paso, con cada culada, búsqueda de agarre y vuelta atrás para seguir adelante, me daba una lección de confianza en la vida.
Y a mi hijo Rodrigo escalando hasta lo alto de los viejos olivos de nuestro bosque, hace pocos meses, y respirar de nuevo para envolverme en la confianza y poder acompañar desde ahí. Qué oportunidad maravillosa acompañar a los hijos desde el respeto, de qué sentido nuevo y lleno se impregna el presente y cómo van cayendo límites propios que impiden la libertad y apareciendo otros nuevos que favorecen el respeto por sus procesos de vida.

Moverse en libertad, dar los primeros y siguientes pasos confiando en los tiempos, capacidades y relaciones con el mundo personales posibilita que cada niño y cada niña se siga a sí mismo/a.
Mon Gómez

Mi agradecimiento a cada padre/madre e hijo/a de nuestro grupo en La Puerta Azul, quienes conjuntamente construimos nuestro mejor entender, sentir y acompañar a nuestros hijos día a día.


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