martes, 23 de julio de 2019

CONFIANDO EN EL APRENDIZAJE NATURAL DE LOS NIÑOS Y NIÑAS por Mon Gómez


Gran parte de lo que necesitamos está en nuestro interior.

Aprendemos de dentro hacia afuera. El movimiento deviene de una necesidad interna y, al acompañarla, se dan los procesos necesarios para que se complete esta necesidad, buscando fuera lo que ayude a su satisfacción. 

Recuerdo a mi hijo mayor tratando de embarcar una pelota repetidamente, una y otra vez, en el tejado de la casa. Diría que se pasó horas con esto. Su necesidad interna de orden, su voluntad de repetir hasta conseguir, su empuje de desarrollo motriz y afinar esa motricidad en pos de un objetivo que él mismo se marcaba estaban de manifiesto. Procedían de su interior y al dejarlas libres, sin tiempo ni expectativa, se iban completando y desarrollando. Necesitó algunos materiales externos y en este caso, no más que la mirada ocasional de los adultos que lo acompañábamos. El resto: la motivación, la voluntad, la concentración, la experimentación, la memoria, repetición con variables y la dedicación temporal la puso él, con la protección de que ningún adulto interviniese en el proceso frenándolo o corrigiéndolo.

Aprendemos desde dentro. Dentro de nosotros la motivación, concentración, comprensión, memorización de aquello importante para nuestras vidas es un proceso natural y que se produce desde la necesidad. En el momento en que hay apertura a que un nuevo aprendizaje se prenda en el niño/a porque ha sucedido algo interna o externamente que estimula esa necesidad y la pone en foco, el cerebro reptiliano ( el más antiguo y vinculado a lo instintivo) y el cerebro límbico ( aquel que gestiona las emociones) ayudan a la grabación de lo cognitivo que van necesitando, van en línea. Es fácil asumir lo nuevo cuando es imprescindible a un nivel motivacional interno. Es difícil cuando es otro el que me dice que debo aprender en este momento, estas cuestiones que, tal vez, para mí, no están en primer plano, y entonces, necesito generar un esfuerzo extra adaptativo, probablemente para conseguir valoración, reconocimiento, pertenencia u otros esenciales para el niño.  Qué maravilla que esta valoración y reconocimiento y pertenencia no estén en cuestión siguiendo las órdenes internas, qué belleza poder seguir al niño o niña y valorar su proceso natural, facilitar lo que va necesitando, qué mejor regalo para su desarrollo pleno, desde su ser interno, que su conexión con quién es, qué necesita y qué le interesa hacia el mundo que le rodea y que le proporciona parte de esto, crecimiento, contacto relacional.

He trabajado durante más de una década en la escuela convencional y estaba convencionalmente convencida de que podíamos motivar a los niños y niñas, de que ese era el camino para que se interesasen por nuevas cosas y crecieran cognitiva, emocional, motriz, y espiritualmente, hasta que he caído en la cuenta del engaño.

Mereciendo la importancia de que el entorno del niño sea rico, variado, con personas que se fascinen por lo suyo, e intereses diversos rodeándolo, la motivación, la elección de por dónde seguir tejiendo su propia red neuronal interna, su propio esquema vital de aprendizaje, su deriva personal tal como lo llama Vega Martín, o su devenir espontáneo, tal como me gusta nombrarlo a mí, es un proceso interno y particular, no previsible. Intervenir en ello corrigiéndolo implica impedir que se desarrollen desde lo que les es propio.

Así en las escuelas, los especialistas en educación, y los padres desde las casas en ocasiones, las más que menos, proyectamos fuera lo que naturalmente se encuentra en el interior de cada niño si permitimos que brote.  Nos han ido engañando diciendo que vive fuera, y nos lo hemos creído y así lo trasladamos a la siguiente generación en un engaño que se perpetúa, y que ayuda al control y resta puntos a la confianza. Depositamos en otros la posibilidad de que nos motiven, en rutinas externas el poder de concentrarnos, o en técnicas de estudio la capacidad de memorizar u organizar pensamientos y, sin negar estas posibilidades, puedo afirmar que el camino es en dirección contraria, si nuestro interés real es permitir y facilitar el desarrollo humano.

La motivación y la concentración son capacidades internas que se activan naturalmente mientras respetamos y valoramos nuestro ciclo natural de necesidades. Quiere esto decir que, si no coartamos el ciclo biológico de necesitar e ir en pos de esa necesidad, y lo apoyamos, facilitando en el acompañamiento al niño que se dé y confiando en su sentir, ser, estar, pedir e interesarse interno, se produce de manera natural y sin esfuerzo extra, ni desvío, la motivación y la concentración casi constante con calidad y desde la confianza que procede del interior y no necesita de otros para que se active.

En la escuela actual y, desde las mejores intenciones, se trabaja en programas de atención a la diversidad,  motivación, métodos de evaluación para comprobar el aprendizaje, o planificación de técnicas de comprensión y memorización, muchas veces descontextualizados del propio aprendizaje, como herramientas externas,  con un coste de recursos humanos, temporales y económicos que me apena. Cuán más sencillo dejar ser a los niños y niñas y enfocarnos en lo que ya está y se da. Si diluyo mi influencia constante como profesor o profesora y permito que se dé con naturalidad el interés y lo sigo, ¿qué sucedería?, ¿cuál sería el riesgo? Quizá la pérdida de control y la ganancia de la confianza, quizá perder mi importancia para dársela al niño o niña y a su proceso personal, ganar en recursos humanos para acompañar y perder en currículos, programaciones y evaluaciones, y otras muchas transformaciones de mirada y estar. Sería simplificar la escuela a su esqueleto vital para que se recubriera sanamente de niños y niñas verdaderamente aprendiendo, deseando aprender lo que quieran aprender sin juicio ni expectativa de qué es mejor aprender o no, confiando en su tejido interno, en sus redes internas. Sería una verdadera revolución educativa que en algunos países tiene ciertos reflejos en los entornos homologados y en el nuestro en una extensa red de escuelas libres y activas y familias unschooling que han apostado por este enfoque de vida.

Desde la escuela o desde la familia parece que fuera necesario un aluvión de exigencias externas (elaboradas técnicas, recursos, ideas, planes que vienen desde fuera) para activar lo connatural al ser humano, la innata curiosidad, la motivación intrínseca a la vida y el crecimiento, la concentración ante lo que necesito prender en mí, la comprensión y el análisis del mundo y de mí mismo.
Y esto atrofia.

¿Y desde la familia? ¿Cómo funciona la proyección externa en lugar de la confianza en los procesos de interés y aprendizaje de los niños? Podríamos extender este aprendizaje no solo a los cognitivo sino también a lo emocional, motriz y espiritual. ¿Cuántos aprendizajes diarios son fruto de la espontaneidad y facilitación confiada de los adultos padres y madres que acompañan? ¿Cuántos son programados y dirigidos? Cuando la cualidad propia, inherente del niño, es el juego; la actividad por excelencia para digerir sus sucesos diarios emocionales, de acercarse con todo el cuerpo y prender los nuevos conocimientos, la forma de explorar su motricidad y desarrollarla y de encontrarse con algo más allá de sí mismos o tan en sí mismos como lo sensorial que, a mi entender, nos conecta con la parte más trascendental del ser humano y su silencio interno, su amplia comprensión.

¿De cuánto tiempo de juego libre  disfrutan los niños más allá de sus actividades programadas? Y dentro de ese tiempo, ¿cuánto de este tiempo es verdaderamente sin condicionar, dirigir, intervenir y es facilitado por adultos amorosos que proporcionan mirada y escucha cuando el niño la necesita? Sería interesante observar estos porcentajes en tu familia, tal vez te daría una idea de qué pequeña parcela de libertad disfruta tu hijo/a en su infancia si su vida transcurre en una escuela al uso y asiste a actividades extraescolares. 
Y esto atrofia.



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